Lo mejor: la jocosa carrera por el maizal (como se decía en la película que un servidor más ha visionado junto a su hermana no carnal, Wild wild west), un trepidante inicio que marca una línea a seguir no respetada durante el resto de metraje; el encanto del espantoso villano se mantiene intacto, expandiendo su historia para dotarlo de más tenebrosidad, si cabe, de la que ya gozaba; la reminiscencia, a modo de visión dual, en la que Justin Long anuncia cierto peligro, uno de los impases (de hecho dos) más perturbadores de tan irregular producción.

Lo peor: la crucifixión final puede ser considerada, por los más devotos, como una ofensa bíblica sin cuestionarse si no se trata más que de un impacto visual como cualquier otro; la larga secuencia dentro del autobús escolar en la que unos jóvenes deportistas tratan de escapar pasando bajo el ala del monstruo es, a grandes rasgos, un órdago a la inutilidad; la amenización de la velada mediante el uso de divertidos sinsentidos supone, irremediablemente, una gran decadencia respecto a su antecesora, cuyo argumento estaba infinitamente más elaborado.

Daniel Espinosa
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