Lo mejor: la vinculación de cierto personaje con otra película (Annabelle) del universo en el que se engloba la presente (Expediente Warren), no por la relevancia que comporta la misma (de hecho no se traduce en ninguna más allá de un derivador e indirecto consejo) sino por el destello (el único en toda la historia) de pertenencia de la producción; el sentido del humor del antaño sacerdote reconvertido en santero (“¡tachán!”), quien derrocha el carisma que no logra ninguno de los integrantes del clan que padece el incesante e insidioso acoso de la figura que da nombre al título que ocupa; la secuencia del intento de recuperación de la muñeca a las puertas de la morada una vez protegida con semillas forestales, sin duda la que más suspense sostenido genera en el espectador a pesar de su trivialidad y sencillez.

Lo peor: la leyenda de la antagonista se reduce a la introducción (de apenas dos minutos) y una explicación (de escaso contenido sustancial), por lo que desmerece por completo su alusión y más aún su mitología como telón de fondo; la sensación de haberse desbaratado multitud de situaciones, la mayoría de ellas sumamente provechosas (la del paraguas en las cercanías de la piscina tal vez sea la más evidente), optando en lugar de ello por una comercialidad que a muchos aborrecerá infinitamente y solo a unos pocos contentará mínimamente; el nivel de los sobresaltos roza la indecencia, recurriéndose a efectos de volumen que resultaban efectivos décadas atrás pero ya se consideran tan obsoletos como cuestionadas aquí las prácticas alternativas a la medicina tradicional para combatir dolencias.

Daniel Espinosa
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