Porque el gran Mihura exige una dirección llena de sutilezas capaz de doblegar el humor directo, que también lo tiene, y sumergirlo en una negrura espesa y a la vez deliciosa: la de una mujer sexual, carnal, encantadora pero arrolladora... que hace un guiñapo de un pobre tipo de provincias que ansía tocar el cielo... Y ese cielo es el cuerpo escultural y siempre lúbrico de una criatura sexual que sólo piensa en "eso".

Hay que pensar que semejante argumento dio la vuelta al mundo hispano en los años 60, representándose en Buenos Aires, México, etc., igual que en España, donde la censura era aún peor que en cualquiera de esos países.

¿Cómo se las ingenió el autor de "Melocotón en almíbar" para hacernos sonreír con esta historia y que la censura no se la volteara? Ese es el dilema, pues muy pocos directores, tanto en teatro como en cine han sabido sacarle partido. Fernando F. Gómez tiene otra versión realmente mala.

En esta ocasión, para colmo, Garci une las dos obras, "Ninette y un señor de Murcia" y "Ninette, modas de París", y entonces la debilidad del entramado se acelera en la segunda parte, pues ya la segunda obra era muy inferior a la primera.

Carlos Hipólito está muy bien, pero no es un personaje agradecido, una especie de imbécil con pocos recursos tirando a antipático. Enrique Villén y la Carvajal se comen la película, rodeados por el buen hacer de los excelentes secundarios. Elsa Pataky es muy hermosa, engaña con el desnudo parcial porque promete más de lo que se va a dar y como actriz es bastante cortita, como toda la película.

Garci le añade su tono melancólico que termina de joderla. La divertida, tierna y algo truculenta comedia de un paleto arrastrado por dos tetas que tiran más que dos carretas... se convierte en algo impreciso, largo, latoso y a menudo incomprensible visto desde hoy.