El logro mayor del impresionante talento de Helen Mirren consiste en provocar mi interés por la monarquía británica, cuando realmente me importaba un bledo. Y el del gran director Frears, provocar mi curiosidad por una situación endiabladamente manipulada por los medios de comunicación, la de Lady D con Toni Blair protagonizando un episodio mil veces más interesante que el posterior, cuando decidió traicionarse a sí mismo y al laborismo volcándose en la guerra de Irak.
Helen Mirren siempre ha sido una gran actriz, pero tal vez nunca tuvo entre manos un personaje de esta categoría: sólo por acercarse a sus matices, sus vaivenes de mujer atrapada por una institución vale la pena. Ella sola es una obra de arte.
Hay un mérito extra cinematográfico: la capacidad de los británicos para desmitificar sus míticas figuras: aquí los actores se ocupan de personas reales y tan poderosas como la reina, el rey consorte, el príncipe (a quien dejan por los suelos) y el primer ministro. Ahí es nada. En España parece imposible. Algo hicieron en la película GAL con muy mala fortuna.