Esta vez, en su debut como guionista, director y autor de la banda sonora, Emilio Aragón construye una película conmovedora en torno a los cómicos, la guerra civil, la posguerra, la angustia de apañarse sin otra cosa que la solidaridad entre los suyos; el marco de producción es realmente óptimo, puede que en la mitad del metraje se pierda ritmo, y el conflicto principal se torne poco interesante, pero en cuanto se recupera atraviesa la última media hora con notable alto. El melodrama nunca se come a la comedia de costumbres, la crudeza del día a día nunca perjudica el alto nivel plástico y musical de las secuencias teatrales, y el reparto brilla con luz propia constantemente. Empezando de atrás hacia adelante, la elección no pudo ser más rica y emocionante: papá Aragón, el maravilloso payaso Miliki, brinda una última parte magnífica, de las que ponen la piel de gallina; Cristina Marcos en una breve secuencia, muda, extraordinaria; Luis Varela, de impacto, como siempre, en uno de sus tantos e inolvidables "característicos"; Carmen Machi, perfecta, canta, baila, compone y se recrea en otra época como si allí hubiera vivido; Diego Martín, en un perverso perfectamente estudiado, al borde del precipicio de la sobreactuación y el lugar común; José Ángel Egido, admirable toque de comedia popular; el niño Roger Príncep, muy dúctil, a la medida de los vaivenes de la tragicomedia; Fernando Cayo, Orial Vila, Lluís Homar, sorprenden notablemente en personajes clave, importantes, construidos en apariciones fugaces en torno al gran protagonista, exclusivo protagonista encarnado por Imanol Arias con gran talento. Detrás suyo un conmovedor trabajo coral en el que la producción tiene el color de las grandes producciones del cine histórico del siglo XX: la resistencia a la tiranía con la imaginación, el humor y la pena honda de la gente de a pie.