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Drama
Nadie espera a Amador cuando sale de la cárcel tras cumplir condena por haber provocado un incendio. Regresa a su casa, una aldea perdida de las montañas lucenses, donde volverá a convivir, al ritmo sosegado de la naturaleza, con su madre, Benedicta, su perra Luna y sus tres vacas. (FILMAFFINITY)
21 de octubre de 2019
57 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Castaños o eucaliptos? He ahí la cuestión que angustia el espíritu de muchos gallegos, y trascendiendo de la disyuntiva local a la simbólica, a todo habitante contemporáneo con sensibilidad hacia lo natural.
El eucalipto es el progreso, el crecimiento rápido, el que ahoga la fertilidad del suelo, el que arde como la paja. Es el beneficio material que puede disfrutar uno en vida. El castaño (roble, etc...) es la fraga autóctona, milenaria, de crecimiento sereno, que resiste mejor el fuego, y cuyo negocio maderero está limitado por las leyes y es herencia para los descendientes.
El bulldozer tumba los eucaliptos en un pis pas, para vender a 10 € el árbol, y en sólo 15 años repetir la operación. Un mundo que vuela, que busca la pasta (de papel y de la otra), unas veces sin escrúpulos, y otras muchas con un nudo en la garganta.
Frente a ello, el castaño que se alza solemne, que cobija a la anciana de la lluvia, es la riqueza inmaterial, la del ecosistema, las raíces de nuestra memoria espiritual que conecta algo en nosotros con lo natural, algo que un sólo árbol anciano nos puede recordar, como la mirada lacónica de una vaca a la que se llevan en un remolque, deprisa, echando una última mirada profunda, eterna, a un mundo, a una forma de vivir, que se nos va.
El fuego, provocado, o no, por el protagonista como un acto suicida de rebeldía ante la invasión (todavía en zonas como los ancares o el courel no está implantado significativamente) del mercado maderero dominante, del mercado. Tiene tanto misterio como posibles causas. En ocasiones se quema el monte para poder repoblar con eucalipto o pino y así rentabilizar la herencia de los padres y abuelos, aunque dicen que hay leyes...
Por suerte, los recónditos parajes de la montaña lucense aún conservan vivos el paisaje y buena parte de las tradiciones, una comunión con la Naturaleza, hoy en día, cada vez más extraña.
Oliver, chapeau. Hacía falta.
El eucalipto es el progreso, el crecimiento rápido, el que ahoga la fertilidad del suelo, el que arde como la paja. Es el beneficio material que puede disfrutar uno en vida. El castaño (roble, etc...) es la fraga autóctona, milenaria, de crecimiento sereno, que resiste mejor el fuego, y cuyo negocio maderero está limitado por las leyes y es herencia para los descendientes.
El bulldozer tumba los eucaliptos en un pis pas, para vender a 10 € el árbol, y en sólo 15 años repetir la operación. Un mundo que vuela, que busca la pasta (de papel y de la otra), unas veces sin escrúpulos, y otras muchas con un nudo en la garganta.
Frente a ello, el castaño que se alza solemne, que cobija a la anciana de la lluvia, es la riqueza inmaterial, la del ecosistema, las raíces de nuestra memoria espiritual que conecta algo en nosotros con lo natural, algo que un sólo árbol anciano nos puede recordar, como la mirada lacónica de una vaca a la que se llevan en un remolque, deprisa, echando una última mirada profunda, eterna, a un mundo, a una forma de vivir, que se nos va.
El fuego, provocado, o no, por el protagonista como un acto suicida de rebeldía ante la invasión (todavía en zonas como los ancares o el courel no está implantado significativamente) del mercado maderero dominante, del mercado. Tiene tanto misterio como posibles causas. En ocasiones se quema el monte para poder repoblar con eucalipto o pino y así rentabilizar la herencia de los padres y abuelos, aunque dicen que hay leyes...
Por suerte, los recónditos parajes de la montaña lucense aún conservan vivos el paisaje y buena parte de las tradiciones, una comunión con la Naturaleza, hoy en día, cada vez más extraña.
Oliver, chapeau. Hacía falta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Me ha recordado en cierta manera a la secuencia de cuadros de Sokurov "Madre e hijo". La gran fotografía de las montañas de los ancares, con los claroscuros del sotobosque y la magnificencia de los árboles, el viento y el sol sobre los prados, la bruma...en la película del director ruso apenas aparece el humo fugazmente cuando pasa el tren, en un plano que se repite en el que atraviesa el encuadre de un lado al otro, que recuerda al camión que cruza el viaducto de Cruzul en la A-6 en el momento en que aparece el título de la película al inicio de O que arde.
Y aparte de cómo está filmada la naturaleza, el protagonismo casi exclusivo de los dos personajes, la madre y el hijo, el Amador y la Benedicta, viviendo aislados del mundo en una casa perdida, podrían ser la misma pareja de protagonistas que en la película de Sokurov, en distinto momento de sus vidas.
Y aparte de cómo está filmada la naturaleza, el protagonismo casi exclusivo de los dos personajes, la madre y el hijo, el Amador y la Benedicta, viviendo aislados del mundo en una casa perdida, podrían ser la misma pareja de protagonistas que en la película de Sokurov, en distinto momento de sus vidas.