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Voto de Baxter:
10
8,3
12.148
Drama
Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
16 de enero de 2008
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el Festival de Venecia anterior al de la producción de esta película, Akira Kurosawa se alzaba con el León de Oro por una de sus obras más emblemáticas, Rashomon, una fábula medieval sobre una violación en el siglo XI que transmitía modernidad en cada uno de sus fotogramas. Al año siguiente, el gran maestro nipón deseó alejarse premeditadamente de los fastos obtenidos con una de sus película más aclamadas, junto con Los siete samuráis y El idiota, para centrarse una vez más en el terreno que mejor conocía, mucho más intimista, sincero y evocador, para filmar la que según muchos cineastas es una de las mejores películas de la Historia del Cine: Vivir (Ikiru).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Vivir cuenta una compleja historia sobre la importancia de una vida cuando se acerca la muerte y nos damos cuenta que no la hemos vivido como hubiéramos deseado. Narra la transformación de un hombre, un funcionario del ayuntamiento de Tokio, a quien se le ha desahuciado debido a un cáncer.
Vivir es una película que refleja en imágenes el carácter japonés, su cultura, sus tradiciones, sus valores morales y su concepto de la vida. De hecho es muy posible que esa personalidad, lejanamente remota en el espacio para los occidentales, nos resulte novedosa, misteriosa y tremendamente llamativa, como un soplo de frescura que nos permite descansar de los convencionalismos, tópicos y guiños occidentalistas a los que estamos acostumbrados. También es una película sobre el sentido de la existencia, los motivos que nos empujan a la acción utópica, sobre la relativa importancia del trabajo, la monótona rutina y la percepción de insustancialidad de nuestras obsesiones cotidianas cuando llega lo inevitable. Kurosawa se atreve además con una escéptica, pragmática, cínica y cruel meditación sobre la opinión que han merecido nuestros actos a las personas que nos han rodeado durante nuestra existencia, los borrosos límites que separan la amistad de la envidia, la verdad de la mentira, el amor del odio.
Vivir se divide en dos partes bien diferenciadas: en la primera se narra desde el principio el ocaso del protagonista, su obsesiva meta antes de morir, y está filmada con planos largos en donde se enfatizan los sentimientos y emociones del actor principal, su angustia existencial, sus dudas, la ausencia de sentido del ridículo cuando ya se ha asumido lo obvio, el acercamiento a personas a las que él no hubiera ofrecido nunca su confianza, el descubrimiento paulatino de lo objetivamente importante, su reto personal.
La segunda mitad, mucho más sobria, nos muestra el singular funeral del protagonista. Durante más de una hora (en el metraje original) vemos y escuchamos a compañeros de trabajo, amigos y familiares que han acudido al velatorio del omnipresente señor Watanabe (Takashi Shimura), el protagonista de la historia. Kurosawa interrumpe sus diálogos y diatribas para mostrarnos escenas retrospectivas que nos muestran lo que el héroe hizo antes de morir, sus ímprobos esfuerzos por que se aprobara la construcción de un parque para niños. Una apuesta formal, aunque quizás excesivamente agobiante, del director nipón para plasmar una reflexión sobre la muerte de un buen hombre en una película y que ésta lograse mostrar la hipocresía y la ambición de un enloquecido Japón contemporáneo.
Sin suponer una ruptura completa con su obra anterior, ni perderse en vericuetos narrativos, hay en Vivir un grado inhabitual de exigencia artística (increíble trabajo de contrastes) de profundo rigor estético, de seriedad en los planteamientos, rasgos que resultan dignos del máximo respeto.
Vivir es una película que refleja en imágenes el carácter japonés, su cultura, sus tradiciones, sus valores morales y su concepto de la vida. De hecho es muy posible que esa personalidad, lejanamente remota en el espacio para los occidentales, nos resulte novedosa, misteriosa y tremendamente llamativa, como un soplo de frescura que nos permite descansar de los convencionalismos, tópicos y guiños occidentalistas a los que estamos acostumbrados. También es una película sobre el sentido de la existencia, los motivos que nos empujan a la acción utópica, sobre la relativa importancia del trabajo, la monótona rutina y la percepción de insustancialidad de nuestras obsesiones cotidianas cuando llega lo inevitable. Kurosawa se atreve además con una escéptica, pragmática, cínica y cruel meditación sobre la opinión que han merecido nuestros actos a las personas que nos han rodeado durante nuestra existencia, los borrosos límites que separan la amistad de la envidia, la verdad de la mentira, el amor del odio.
Vivir se divide en dos partes bien diferenciadas: en la primera se narra desde el principio el ocaso del protagonista, su obsesiva meta antes de morir, y está filmada con planos largos en donde se enfatizan los sentimientos y emociones del actor principal, su angustia existencial, sus dudas, la ausencia de sentido del ridículo cuando ya se ha asumido lo obvio, el acercamiento a personas a las que él no hubiera ofrecido nunca su confianza, el descubrimiento paulatino de lo objetivamente importante, su reto personal.
La segunda mitad, mucho más sobria, nos muestra el singular funeral del protagonista. Durante más de una hora (en el metraje original) vemos y escuchamos a compañeros de trabajo, amigos y familiares que han acudido al velatorio del omnipresente señor Watanabe (Takashi Shimura), el protagonista de la historia. Kurosawa interrumpe sus diálogos y diatribas para mostrarnos escenas retrospectivas que nos muestran lo que el héroe hizo antes de morir, sus ímprobos esfuerzos por que se aprobara la construcción de un parque para niños. Una apuesta formal, aunque quizás excesivamente agobiante, del director nipón para plasmar una reflexión sobre la muerte de un buen hombre en una película y que ésta lograse mostrar la hipocresía y la ambición de un enloquecido Japón contemporáneo.
Sin suponer una ruptura completa con su obra anterior, ni perderse en vericuetos narrativos, hay en Vivir un grado inhabitual de exigencia artística (increíble trabajo de contrastes) de profundo rigor estético, de seriedad en los planteamientos, rasgos que resultan dignos del máximo respeto.