Durante la noche un carruaje atraviesa un bosque, sus pasajeros forman la compañía ambulante del sombrío Dr.Vogler (M. Von Sydow), personaje a quien se le atribuyen capacidades extraordinarias. A él lo acompañan una anciana bruja con sus drogas y remedios, “trucos que ya no funcionan porque tienen explicación”, Tubal, el alegre representante parlanchín y un andrógino ayudante. Su trayecto se ve interrumpido por un inquietante incidente. Vogler se encontrará con el rostro de un actor moribundo.

Al llegar a su destino la policía los detiene y la compañía es escoltada hasta las máximas autoridades locales: el comisario de policía, el político (E.Josepson, muy joven) y el representante científico, el Dr. Verguerus (G.Björnstand). La contraposición de estos dos grupos marca el conflicto esencial de la película.

Tras los formalismos y el fingido respeto de las autoridades se transluce un gran desprecio y hostilidad contra la compañía, que a sus ojos representa todo aquello que detestan: lo irracional e incontrolado de la vida y, por tanto, han de desacreditar, controlar o excluir. Cínicamente, invitan a que los ambulantes les ofrezcan un espectáculo privado al día siguiente, dónde sus cualidades serán juzgadas y determinaran su destino. Tras la arrogante razón se esconde el rechazo y el miedo humano.

Película en la que el director aún no dispone de la maestría de S.Nikvist en la fotografía. Bergman oscila entre escenas cómicas, dramáticas e incluso algunas que se acercan lo siniestro, sin llegar a definirse de un modo radical. Sin embargo, aunque no esté a la altura de sus obras maestras y se considere una obra menor en la carrera del autor, ya muestra todos sus temas predilectos: la muerte, la incomunicación, las dificultades y secretos de pareja, los actores, la perdida de un hijo, las debilidades humanas, etc.