La cuarta entrega de la saga de Indiana Jones nos trae de vuelta al intrépido arqueólogo en una nueva aventura ambientada en los años 50, en plena guerra fría. Esta vez, Indy tendrá que enfrentarse a los agentes soviéticos liderados por la malvada Irina Spalko (Cate Blanchett), que buscan una misteriosa calavera de cristal con poderes sobrenaturales. Para ello, contará con la ayuda de su antigua novia Marion Ravenwood (Karen Allen), el joven rebelde Mutt Williams (Shia LaBeouf) y su viejo amigo Mac (Ray Winstone).

Es un homenaje al cine de aventuras clásico, con escenas de acción trepidantes, humor irónico y referencias a las anteriores entregas. Sin embargo, también se nota el paso del tiempo y el cambio de tono respecto a las películas originales. El argumento se aleja de la temática histórica y religiosa para adentrarse en el terreno de la ciencia ficción y la mitología extraterrestre, lo que puede resultar chocante o decepcionante para algunos fans. Además, algunos efectos especiales y situaciones rozan lo absurdo o lo ridículo, como la famosa escena del frigorífico o la aparición de los monos.

El reparto está encabezado por un Harrison Ford que demuestra que aún tiene carisma y energía para interpretar a su personaje más icónico, aunque también se le ve algo cansado y mayor. Cate Blanchett cumple como la villana de turno, aunque su personaje resulta algo plano y caricaturesco. Shia LaBeouf intenta aportar frescura y rebeldía como el hijo secreto de Indy, pero su actuación es irregular y su química con Ford no es muy convincente. Karen Allen recupera su papel de Marion con gracia y simpatía, pero su presencia es más bien testimonial. Ray Winstone y John Hurt completan el elenco como dos personajes secundarios que no aportan mucho a la trama.

La dirección de Steven Spielberg es impecable como siempre, demostrando su maestría en el manejo del ritmo, la tensión y la emoción. La música de John Williams es otro de los puntos fuertes, con sus temas inolvidables y sus nuevas melodías que acompañan a las imágenes con acierto. La fotografía de Janusz Kaminski es también destacable, con una paleta de colores que recrea el ambiente de los años 50 y contrasta con las escenas más exóticas o fantásticas.

En definitiva, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es una película entretenida y divertida, que cumple con su objetivo de hacer pasar un buen rato al espectador, pero que también tiene sus defectos y sus incongruencias. No está a la altura de las obras maestras que son las dos primeras películas de la saga, pero tampoco es tan mala como algunos la han criticado. Es una película que hay que ver con cierta indulgencia y nostalgia, sin esperar demasiado ni compararla con las anteriores.