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Voto de Argoderse:
9
Comedia. Drama Jojo "Rabbit" Betzler (Roman Griffin Davis) es un solitario niño alemán perteneciente a las Juventudes Hitlerianas que ve su mundo puesto patas arriba cuando descubre que su joven madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde en su ático a una niña judía (Thomasin McKenzie). Con la única ayuda de su mejor amigo imaginario, el mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi), Jojo deberá afrontar su ciego nacionalismo con las contradicciones de una guerra absurda. (FILMAFFINITY) [+]
19 de enero de 2020
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Se puede hacer chanza y sátira sobre episodios tan negros de la historia como el Nazismo? Pues sí, es posible y además necesario. Ahí están los ejemplos de El gran dictador (Charles Chaplin, 1940), Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942), Underground (Emir Kusturica, 1995), La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) o El tren de la vida (Radu Mihaileanu, 1998), por citar solo algunas.

Películas que toman prestados discursos basados en el odio, aparentemente fuertes, y a través del humor logran descoserlos hasta descubrir que en el odio solo hay miseria y basura humana e intelectual.

En pleno siglo XXI, donde la censura y lo políticamente correcto va ganando cada vez más terreno a la libertad pura y dura, el director neozelandés, Taika Waititi, apuesta por esa sátira para desnudar con Jojo Rabbit (basada en la novela de Christine Leunens) la inmundicia del Nazismo y su mayor exponente: Adolf Hitler. Una película que valdría para retratar la estupidez de un pueblo cualquiera (en este caso el alemán) que en un momento determinado momento se deja gobernar por un psicópata.

La primera parte de Jojo Rabbit es todo un espectáculo de gags donde Waititi, como ya hiciera en la fabulosa Lo que hacemos en las sombras, da todo para sacarnos una carcajada de algo tan macabro como el Nazismo. Algo, por otro lado, que suelen hacer los Coen en sus películas. Le acompañan en este tramo los sensacionales Sam Rockwell, Alfie Allen y Rebel Wilson, los extremos más absurdos -que de por sí lo fue- del nacionalsocialismo.

Pero cuando haces humor de una parte del siglo XX tan jodida, no puedes obviar la crudeza de la misma. Y es ahí cuando de repente el neozelandés sacude una bofetada de tensión al espectador con Stephen Merchant como protagonista. La crueldad empieza a ganar terreno al humor y entre medias la película se va convirtiendo en evidentemente reflexiva. Tal vez se exceda en esas evidencias, perdiendo ligeramente la chispa del principio.

Desnudar la mediocridad de cualquier ideología totalitaria es realmente fácil. Todo aquello que atenta contra la libertad, tarde o temprano, acaba sucumbiendo a ésta y no es muy complicado deshilachar su putrefacción. Ahí Jojo Rabbit es bastante explícita y se debe en gran medida a la bárbara interpretación que hace Scarlett Johansson, un tótem ese aspecto humano de la cinta y compartiendo con Rockwell esta lid. Un nuevo triunfo de la protagonista de Historia de un matrimonio.

Pero más allá del esperado buen hacer de intérpretes de esta talla y la gran labor del joven protagonista, ahí un miembro del reparto que literalmente roba planos a sus compañeros y se erige como el nexo de unión de todos los géneros que componen la obra de Taika Waititi.

Ese pegamento que impide que una parte (la crueldad) parta a la otra (la sátira) es Archie Yates, un pequeño actor cuya sola presencia es suficiente para esbozar una sonrisa. Y sus diálogos con Griffin Davis son oro puro. Como en líneas generales esta sobresaliente película.

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Argoderse
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