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Voto de Nacho Ambigú García:
8
Thriller. Drama Verano de 1959. La familia Lodge se muda a Suburbicon, una comunidad residencial pacífica e idílica con viviendas asequibles y céspedes impecables... el lugar perfecto para criar una familia. Pero la aparente tranquilidad esconde una realidad perturbadora. El cabeza de familia de los Lodge, Gardner (Matt Damon) se sumergirá en el lado oscuro del pueblo, lleno de traición, engaños y violencia. Este es un cuento de gente imperfecta que toma muy malas decisiones. [+]
8 de enero de 2018
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Hace unos meses, mientras veía “La suerte de los Logan” (Steven Soderberg, 2017), pensaba por enésima vez que para hacer una película de los Hermanos Coen no había más remedio que ser los Hermanos Coen. Algunos, como el propio Soderberg en su mencionado último trabajo, o Sam Raimi en “Un plan sencillo” (1998), o Harold Ramis en “La cosecha de hielo” (2005), se han aproximado a mayor o menor distancia a esa manera singular de dibujar personajes, remoldear géneros y retratar la Norteamérica profunda, aunque la seña de identidad original era tan poderosa que siempre salía ganando en la comparación.

En su ya larga trayectoria, los Coen han ido alternando proyectos genuinos con otras obras que se intuían estratégicas o aun mercenarias. Tenemos por un lado las películas cien por cien estilo Coen, aquellas que los han hecho reconocibles e imitados, y las que sin duda prefieren sus fans (“Sangre fácil”, “Muerte entre las flores”, “El gran salto”, “Barton Fink”, “Fargo”, “El gran Lebowsky”, “El hombre que nunca estuvo allí”…). Después están los trabajos que provienen de material ajeno, donde a veces han logrado una traslación casi perfecta a su universo peculiar, como en “No es país para viejos” y “Valor de ley”, y otras veces han obtenido resultados desiguales aunque siempre apetecibles (sería el caso de “Crueldad intolerable”, “Ladykillers” y “Oh, Brother!”). Por último, quedarían las obras más endogámicas, aquellas que parecen producto de un voluntario capricho, películas que abundan en la introspección o la broma privada, que parecen hechas más para el deleite propio que para el disfrute del público, y aquí incluiríamos la seudomusical y alternativa “Inside Llewyin Davies”, la más disparatada que cáustica “Quemar después de leer”, la ensimismada “Un tipo serio” (un plato demasiado kosher para el paladar mediterráneo), y su hasta ahora último (y quizá peor) film, “Ave César”, donde lo mejor eran los números musicales que homenajeaban y parodiaban a la vez a los clásicos de Hollywood.

Es verdad que George Clooney se ha convertido progresivamente en el miembro adoptado más destacado de la familia (arrebatándoles el privilegio a ilustres predecesores como Turturro, Buscemi, Goodman, Bridges o el fallecido Polito), y también es cierto que el guion de “Suburbicon” lo han escrito los propios Joel y Ethan, pero mentiría si no reconociera que esta me parece la mejor película de los Coen desde “Valor de Ley” (2010), aunque el tipo que ha mandado tras la cámara tenga otro apellido.

Quizá es porque se trata de un guion antiguo, de cuando sus autores se sentían más a gusto metiéndole sarcasmo y un punto de brutalidad al género negro tradicional, como si fuera el cierre de una hipotética trilogía que se completaría con “Sangre Fácil” y “Fargo”.

Los ingredientes son de sobra conocidos: años 50, pueblecito de risueños lugareños que regalan pasteles de zanahoria o de ruibarbo o de sirope de arce o de gelatina de cerezas o de cualquier bazofia empalagosa a sus nuevos vecinos; carteros rubicundos, padres patriotas que juegan a lanzar la pelota de béisbol con su hijo rapado al uno en el jardín trasero, señoras con rulos, predicadores… y de repente, una familia de negros. Al típico conflicto racial de arranque le unimos una pareja de chorizos que entra a robar en uno de esos hogares modélicos, y entonces la historia se lía y se oscurece y se retuerce, y terminamos entrando en Coemlandia, un lugar donde la muerte da risa y la cotidianidad da miedo.

Matt Damon vuelve a demostrar que vale para todo, que desde Ripley hasta el astronauta perdido de “Interstellar” (Christopher Nolan, 2014), pasando por indomables, soplones, soldados, infiltrados o espías amnésicos, cualquier personaje le encaja; que puede ser el bueno, el malo, el demonio con cara de santo o el cordero con dientes de lobo. Lo misterioso (y también lo meritorio) es que parece que nunca se esfuerce, que es más un bien mandado que un superdotado. Pero así, como quien pasaba por ahí sin hacer ruido, ya ha trabajado con Spielberg, Clint Eastwood, Scorsese, Coppola, Ridley Scott, Alexander Payne, Christopher Nolan, Soderberg, Terry Gilliam, Paul Greengrass, Gus van Sant, Robert de Niro, los susodichos Coen…
Más información en http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
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