Pese a que sobre el papel estamos ante una comedia muy blanca, con un retrato amable de lo que viene a ser una especie de purgatorio donde personajes no antipáticos o carentes de ética se enfrentan a un juicio que decidirá el destino de su alma (bien al cielo, una vez realizados, o bien de vuelta a la Tierra, reencarnados en otra persona y olvidando completamente su existencia), Albert Brooks ofrece una interesante reflexión sobre la clase de sentimientos que nos mueven en el día a día.

Como no quiero entrar en detalles de la trama para no arruinarle nada a nadie, simplemente mencionaré que no estamos ante un Juicio Final donde a las personas se les analiza de cabo a rabo sus pecados. Es algo que me ha llamado bastante la atención al considerar únicamente un factor como importante a la hora de decidir si un alma merece seguir adelante o bien desaparecer y empezar de cero siendo otra persona. Todo esto endulzado con una comedia ligera y nada ofensiva (no creo que nadie lo suficientemente religioso considere que este filme pueda herir sus sentimientos) y con buenas interpretaciones de Brooks y Streep, quienes forman una pareja agradable de ver en pantalla, aunque a mí personalmente me chirríe un poco que en tan poco tiempo, y tras toda una vida detrás, sientan esa atracción tan inmediata en un torno totalmente extraño para ellos.

Quizás el aspecto monótono del entorno y la ausencia total de mala leche en el aspecto religioso pueda hacernos pensar que podamos perder el interés por la cinta, además de tener la sensación de que la trama nos lleva hacia un punto inevitable y previsible hacia el final. Sin embargo, aun contando con esos dos factores, creo que la cinta se deja ver y te plantea ciertas cuestiones si eres de los que gusta de sacar punta a toda película recién visionada.

Eso sí, que nadie, por muy amante de las comedias, sean románticas o no, espere grandes momentos de carcajadas. Estamos ante otra clase de película.