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España España · Madrid
Voto de Naran:
8
Drama Dos monjes viven en un monasterio aislado. Bajo la atenta mirada del más viejo, el más joven ve pasar las estaciones de la vida. Primavera: un niño monje se ríe de una rana que intenta librarse de una piedra que tiene en la espalda. Verano: un monje adolescente conoce el amor. Otoño: un monje de treinta años intenta hacer algo que va contra su naturaleza. Invierno: el monje está próximo a la vejez y alguien llega al monasterio. ... [+]
14 de marzo de 2008
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kim Ki-duk, enfant terrible del cine oriental nos trae Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera. Otra película filosófica y contemplativa, drama humano y cuento budista pero con moralina amable y universal. Maneras de entender la vida mediante trazos de neblina y silencios.
Formalmente hace coincidir la estructura de la película con las estaciones del año, mostrándonos a través de ellas las etapas de la naturaleza y también de la vida (biológica, moral y espiritual) del ser humano.

* Primavera. El pequeño saltamontes juega con los animales del bosque haciéndoles fechorías: las secuencias del pez, la rana y la serpiente arrastrando las piedras y la penitencia posterior por estos actos son preciosas y tiernas.
* El verano. El despertar al amor. El pequeño monje, ya convertido en un joven, experimenta el poder de la lujuria, un deseo que en última instancia lo conducirá, como un adulto, a hechos oscuros.
* El otoño. La madurez. Y la inmadurez. Los celos, la obsesión, el precio de la salvación y la sabiduría obtenida a través de la experiencia. Encantadora la escena de la pintura.
* El invierno. Expiación de pecados. Exhibición de musculitos al ritmo de música machacona. Quizá demasiado forzada, para subrayar el ciclo de la vida y la entrada de una nueva primavera.

Visualmente es preciosa, por supuesto, es marca de fábrica. Es más bella que cualquier documental sobre la naturaleza, porque sus imágenes, de embargadora y fascinante belleza, calaran hondo en nuestro ser. No hacen falta muchos diálogos para expresar sentimientos. Más allá de la tranquilidad del arroyo se mueve una historia que teje su hilo en la primavera de forma sutil y continuada. Absolutamente mágico el escenario virginal (esa puerta que suele abrir y cerrar los capítulos) y el lírico tratamiento que se le da.
Las estaciones de toda una vida, con una fotografía preciosista que te presenta lugares y situaciones que se entienden tal cual, sin palabras. Desde el cine mudo nadie había dicho tanto con tan poco sonido: sólo el rumor del agua, la brisa al pasar entre las hojas de los árboles. ¿Donde empieza y termina una vida, unas vidas? Todo termina siendo una rueda que permite volver a comenzar.
Naran
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