El bosque, 2004. El timo más maravilloso de los últimos años. Me avisaron, pero yo hice caso omiso. Afortunadamente. Injustamente despreciada por la mayoría, que esperaba una cinta de terror -lo que hace la mala publicidad...-, esta película, como todas las de M. Night Shyamalan, posee la capacidad de cautivar al espectador mediante una bellísima historia de amor que, aún con toques de fantasía engañosa, tiene una profundidad ejemplar.
Shyamalan es todo un artista. Sus argumentos, por peregrinos o absurdos que parezcan (véase niño que ve muertos, hombre irrompible elegido para combatir cual héroe de cómic o invasión alienígena al que se enfrenta un sacerdote en mitad de una profunda crisis vocacional), desembocan en una profunda reflexión de la condición humana. Surrealismo y realidad van de la mano. Suspenso y emoción, distención y crispación, todo se concreta en un estupendo guión bien trabajado y en una trama, quizá lo más aterrador, posible.
El miedo a la sociedad, a afrontar los problemas, puede llevar al aislamiento en el que vive el pueblo. No hace falta que sea físico, puede ser mental. Los personajes, encarnados por estupendos actores (Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, William Hurt, Sigourney Weaver, Adrien Brody, Brendan Gleeson...) son sumamente hermosos, tan bien descritos a través del lenguaje de los colores... Visten de amarillo. No dejan que los seres vean el color rojo. Los atrae...
La película está repleta de momentos bellísimos: La delicadeza entre William Hurt y Sigourney Weaver... ese roce de manos vale toda la película. Quién no se ha emocionado con la declaración de los amantes en el porche. O con la escena de la boda, cuando los seres se acercan. Ivy extiende la mano ¿busca algo por lo que guiarse? No. Busca a Lucius. Lucius la encuentra. Y ya no la dejará.
Esta vez James Newton Howard crea lo inimaginable. Pocas veces unas simples notas me han conmovido en lo más profundo. Nominada al Oscar a la mejor banda -que ganó Descubriendo Nunca Jamás-, la música de El bosque es puro valor. Los violines en primer plano y el piano en el segundo dan como resultado una atmósfera intimista, melancólica, rota. Sin aliento.
El ritmo es pausado, ese de las fábulas, los cuentos, las moralejas. Cada plano es pura maestría. Muchos han criticado el aire conservador que desprende la cinta. Y yo les digo: ¿quién puede criticar a una ingenua mente que se esconde del dolor? ¿Valentía o cobardía? En el fondo sólo quieren ser felices, como nosotros. El final es devastador. Tanta utopía...
No me importa caer en tus trampas. Gracias por engañarme Shyamalan. Nunca me habría perdonado no vivir El bosque.