No sólo es en blanco y negro, que eso es lo de menos, sino que rezuma por todas partes un tufo apolillado casi como si el director se hubiese anquilosado en los esquemas arcaicos del cine mudo.

Las situaciones ambientales son tan tópicas que llegas a dudar de si lo que estás viendo es una comedia, aunque sin gracia. Todos los personajes son caricaturas de una posible realidad. Hasta la mitad de la película no sabes si se trata de una película de costumbres paletas mil veces vistas, o una cinta muy pobre de terror ingenuo. Luego cambia casi de golpe y parece un misterio parapsicológico. Y el final, queriendo dar sentido a todo el barullo mental del guionista, se intenta resolver con una secuencia larguísima que es como un monólogo inesperado del protagonista. Por cierto, la actuación de Carlos Larrañaga en este monólogo es bien pobre, tan pobre como todo el conjunto de la película.

Es una película en la que el espectador siente vergüenza ajena pensando en el pobre contenido del cine español.