El poder de conmoción de Pixar se basa en su capacidad para atraer, aunque sea por diferentes motivos, a públicos de distintas edades y condiciones.
En el caso de “Up”, encontramos un inicio extraordinariamente enternecedor, tanto por la forma en que se cuenta (literalmente, sobran las palabras), como por el mensaje que se plantea.

Aún con el apabullante éxito del que goza esta cinta y sus predecesoras, conviene reflexionar fríamente sobre el contenido de estas maravillosas películas.
Por una parte, su esquema narrativo parece ser el mismo en todas las cintas: emoción y estremecimiento al conocer al protagonista, surge un problema/enigma/aventura, dificultad para alcanzar el objetivo y persecución para, finalmente, conseguirlo.
Y, en medio de todas las peripecias, una considerable suma de gags –la mayoría de la mano del personaje secundario– más cercanos a los niños que a los mayores (por más que les pese a los adultos que siempre se tronchan en las salas de cine).
De ahí que, aunque en cada estreno se siga innovando (contar con un anciano como protagonista es cuanto menos atrevido), uno va percibiendo cierto aroma a “receta Pixar”, a la que, seguramente, perjudica la competencia con películas muy similares pero que suelen quedarse en burdas imitaciones. No hay más que contemplar un plan de marketing y comunicación de las grandes productoras para darse realmente cuenta de que todo está milimétricamente planificado para un estreno planetario y obtener unos beneficios escandalosos en poco más de un mes.
Además, veo que mucha gente reivindica que las películas de animación sean incluidas en los galardones de mejor película del año (con mucha razón, puesto que el nivel no es muy exigente). Aún así, creo que sigue habiendo cierta diferencia entre las películas de animación y las de actores de carne y hueso. En el primer caso, hacemos muchas concesiones que no haríamos si los personajes no fueran animados, tanto por las situaciones inverosímiles como por los comportamientos de los personajes.
Hay una frase de Alfred Hitchcock en una de las conversaciones que mantuvo con François Truffaut, que aparece en el libro “El cine según Hitchcock” y ejemplifica muy bien esa diferencia: “Walt Disney me daba mucha envidia, porque si no le gustaba algún actor, podía romperlo en pedacitos”.

Por lo tanto, de momento Pixar convence, conmueve y entusiasma, pero algunos esperamos que si verdaderamente este cine tiene miras de futuro, en algún momento deberán dejar a un lado al público universal y centrarse en uno en concreto. En los niños ya se ha hecho, y seguro que cuando se centren específicamente en un público adulto, tendrán un sitio bien merecido en lo más alto.