Se pueden decir muchas cosas de “Dexter”, lo que desde luego no puede decirse es que se trata de una serie cualquiera: la innovación del planteamiento es asombrosa desde el primer capítulo. Estamos ante un asesino en serie de nacimiento, domesticado como justiciero por su padre, y el saber guardar a la perfección su aterrador secreto, le permite llevar un disfraz de tipo afable, dócil y trabajador. Una máscara que convierte al público (quien sí conoce su terrible secreto) no ya sólo en testigo de sus nobles actos sanguinarios y sus ágiles escapatorias, sino que también consigue que le contemplemos como un héroe de nuestro tiempo, y que por momentos se nos olviden sus diabólicos trances (herencia de Tony Soprano).

Mientras tanto, sus compañeros y novia van a convertirse en involuntarios cómplices de los tejes y manejes que se trae ese omnipresente y oculto homicida que trabaja como forense en la Policía de Miami, una cálida ciudad que, según se nos muestra, parece cada día más hispanizada por los emigrantes cubanos.
La principal virtud de “Dexter” puede ser la constancia y fortaleza del personaje principal, que es quien soporta todo el peso de la serie. El acompañamiento de la voz en off (un elemento que siempre genera detractores) pienso que es completamente adecuada, puesto que se tratan de los pensamientos recónditos de nada más y nada menos que de un asesino. De este modo, se establece una complicidad con el espectador muy apropiada para este tipo de formato.
Los elementos cinematográficos son más que bien recibidos. Sobre todo, hay que destacar una acertadísima banda sonora, que será reconocida allá dónde vaya como la sintonía oficial de “Dexter”, además de introducir elementos oníricos (las conversaciones con el padre) y unos planos y fotografía realmente soberbios.

Donde quizá esta serie peca de “televisiva” es en el tratamiento de ciertos personajes secundarios, que son más bien escasos y no gozan del peso ni del compromiso que sí poseen los principales. Ello no le resta a esta serie su carácter renovador, cuyo avance va dando muestras de que lo que se nos va representando es algo más que un mero acto de pasatiempo. Al menos es algo diferente, que no es poco.