Se vuelve a confirmar que Ridley Scott es capaz de tocar el cielo y el infierno en una película capitaneada (y nunca mejor dicho) por Jeff Bridges. Basada en hechos reales, lo que yo me pensaba que iba a ser una cinta de corte catastrofista, no es más que un conglomerado de sensiblería barata de manos de un grupo de adolescentes en un navío escuela llamado Albatros.

Un quiero y no puedo de Scott, el cual parece que dota a sus chicos el mismo rollo cursi de superación que se vio en 'El club de los poetas muertos', aunque aquí con menos talante y más olor a refrito. Fuera de Jeff Bridges, el cual ni tan siquiera destaca, el resto de chavales tampoco consigue despegar ni un ápice de interés en el espectador: chicos guapos y ricos sacados de la catequesis de cualquier parroquia protestante. Hay escenas que quizá levanten interés (como la del pobre delfín), pero el resto resulta muy plano. Una hora y media en la que no se avanza ni cuenta nada. Cuando luego llega la gran tormenta, el acontecimiento que da pie y pone nombre a la cinta, ya es demasiado tarde. El suceso además no está rodado con la espectacularidad ni emotividad que se le hubiese exigido al mismísimo Ridley Scott. Por último llega en espectáculo circense en los juzgados, en el que las americanadas de turno y el a ver quién la tiene más larga son los elementos imperantes.

Un cuatro porque es de Scott y está basada en hechos reales, pero lamentablemente me ha aburrido bastante.