Fui a ver esta película con la ilusión de un niño pequeño, estimulado por las grandes críticas y una sinopsis que de entrada me parecía interesantísima. Y la peli está bien. Es un buen entretenimiento, bien filmada y actuada, imaginativa, ingeniosa y con un bonito punto de locura. Pero tampoco nos pasemos.

Hay en la película una mezcolanza entre ciencia ficción, comedia, hipsterismo cool, mojigatería de Hollywood y wokeness que no termina de cuajar. Si bien hay veces que la falta de encasillamiento en un género y en un estilo puede jugar en favor de una película, en “Everything everywhere all at once” no se da el caso. Parece que es una película hecha a pegotes, con piezas de puzle que no encajan. La trama es bastante confusa, y los eventos se suceden de forma poco armónica. Demasiados giros, demasiadas sorpresas, demasiados cambios de ritmo, de dirección y de estado de ánimo. Y aunque sé que ese es el efecto buscado por los creadores, el título de esta crítica resume la sensación que uno siente mientras es sometido al torrente de situaciones e imágenes que componen la película. A medida que avanza, pierde el hilo conductor, y lo que queda son imágenes abstractas que no conectan entre sí. El conjunto no cuaja, todo es demasiado cool, demasiado guay, demasiado irónico. Termina por abrumar y, lamentablemente, hasta por aburrir. Acaba hartando.

En definitiva, una película que merece la pena ver, y que tiene sin duda momentos disfrutables. Además, hay que reconocerle que nos ofrece lo que muchas veces le pedimos al cine: que nos de esa posibilidad de imaginarnos una salida al laberinto de lo cotidiano, donde hasta una eficiente y honesta inmigrante china que trabaja duramente siete días a la semana puede convertirse en la superheroína que ha de salvar el mundo. Pero, desafortunadamente, se pasa de rosca.