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Voto de Crackdown:
6
6,8
1.295
Drama
En 1876, en Pennsylvania, un grupo de mineros decide crear una sociedad secreta, "The Molly Maguires", que comete sabotajes para presionar a los patronos y conseguir así mejorar sus condiciones laborales; pero los propietarios contratan a un detective para que se haga pasar por minero, se infiltre en la sociedad y la destruya. (FILMAFFINITY)
24 de abril de 2006
20 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque por edad podría haber formado parte de la generación de la violencia, creo que resulta más fácil encajar a Martin Ritt en la de la televisión, teniendo su cine elementos en común con el de Arthur Penn o con Sidney Lumet, en los que la crítica social es más explícita y los estudios de personajes generalmente más complejos. Pero de una forma u otra, Ritt seguía ligado a ese pasado, y lo denunció abiertamente en la tragicomedia La Tapadera, y años antes en este filme, si bien de forma más sutil, pues estaba al frente de una superproducción orientada a los premios de la academia del 70. McParlan, policía de origen irlandés, es infiltrado por la policía en una mina de Pennsylvania con el objetivo de destruir desde dentro a los Molly Maguires, una organización secreta de mineros formada por inmigrantes irlandeses que llevaba a cabo actividades terroristas a finales del siglo XIX, y conseguir una rápida promoción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El cabecilla, Jack Kehoe, simpatiza con él y acaba por incluirlo en la organización; a medida que la presión aumenta sobre la organización, McParlan comienza a dejar de vislumbrar el bien del mal, mientras que Kehoe es incapaz de rendirse, de asumir el fracaso, el suyo y el de la explotada comunidad irlandesa sin luchar, aun intuyendo que se condena a sí mismo, o que McParlan, quien lo admira, lo hará por él de todos modos (sí, aparte de la obvia referencia a la delación, hay cierto elemento mesiánico en la figura de Kehoe, por ejemplo en la secuencia en la que él y McParlan asaltan y destruyen el edificio de la compañía minera en el pueblo. Los generosos medios con que cuenta Ritt están bien aprovechados; se utilizó un poblado minero de la época que estaba intacto, y que contó con una fotografía sublime de James Wong Howe, uno de los trabajos más espectaculares que he visto. La película no naufraga por la ineptitud de Ritt al poner en escena la historia (a pesar de que la subtrama con Samantha Eggar chirría), pero tiene más vocación de estudio de personajes que de relato épico, por ello las secuencias de los atentados no tienen especial emoción -con excepción de la primera, lo que se debe a que la colocación de los explosivos es mostrada de forma exhaustiva y detallada en una secuencia muda que dura casi diez minutos y que es muy interesante y de gran calidad, pero para nada espectacular-; ni siquiera en el punto culminante de la historia da Ritt rienda suelta a la emoción (eso lo ha dejado para el asalto comentado antes, veinte minutos antes del final): sigue centrándose en el retorcido vínculo entre ambos protagonistas, en el que el enfrentamiento es psicológico y no físico, al igual que las marcas en ambos. Obviamente, esta elección podría haber sido un suicidio artístico -además de comercial, que ya lo es- de no ser porque ambos papeles eran interpretados magistralmente por Richard Harris y Sean Connery. La condición anticlimática y arrítmica por momentos de la película la hizo fracasar miserablemente y dañó durante años el estatus comercial de ambos actores (aparte de hundir definitivamente la carrera de Samantha Eggar), pero una vez tenido en cuenta eso, es un film sólido y de calidad que merece un visionado, y que sin duda habría tenido mucha mejor suerte de no haber sido hecha en un momento de franca decadencia de valores en el cine comercial americano.