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Voto de lavidadelreves:
8
Drama. Romance Dos historias de amor independientes que se desarrollan en el popular barrio turístico de Tsimhatsui, en Hong Kong. La primera describe el fugaz encuentro entre un joven policía en plena crisis amorosa y una misteriosa mujer fatal traficante de drogas. La segunda se centra en el singular romance entre un solitario y sencillo agente de policia y la joven camarera del pobre bar donde aquél suele comer. (FILMAFFINITY)
13 de junio de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wong Kar Wai logra con la cámara que el tiempo corra a su gusto, que sus personajes se instalen en un bucle eterno o en el instante más efímero posible. Y no me refiero a que utilice el metraje para contar historias más o menos largas o secuencias ensanchadas por el paso de los segundos. Eso es otra cosa, eso es algo que se logra utilizando elipsis o cualquier otro recurso narrativo que puede manejar hasta el peor de los directores. Wong Kar Wai sabe que el tiempo depende de los estados de ánimo, de las cosas importantes que le ocurren a los individuos; que cuando el mundo se considera un todo, el tiempo se puede modificar para que brillen o se apaguen las vidas que se suman logrando que el universo funcione. Una historia de amor es un instante o la vida entera. Y así lo trata dependiendo de lo que quiere que veamos.
En Chungking Express los personajes aparecen próximos unos a otros sin que ellos lo sepan. Todos, desconocidos, forman ese cosmos al que son ajenos mientras no son protagonistas. Se van acercando unos a otros para iluminarse. Sólo hay que dejar que el tiempo corra. O que deje de correr. Un par de escenas enseñan a uno de los protagonistas (Tony Leung) moviendo lentamente el brazo (para beber en una ocasión y para introducir una moneda en la ranura de una máquina en la otra) mientras a su alrededor todo fluye a velocidad de vértigo. El personaje se ha quedado anclado a un tiempo que le impide avanzar y formar parte del mundo. Este es un ejemplo de lo que digo. Los individuos forman parte del todo si escapan a sus propios recuerdos, a un pasado que les atenaza. De otro modo, el tiempo les deja fuera. Además, todos somos los mismos. El policía con placa número 223 es el policía con placa número 233. Es lo mismo. Ocupan un lugar en el cosmos, el mismo sitio aunque con vidas distintas, pero que suman del mismo modo. El todo otra vez.
Ese policía 223 se siente solo hasta que una mujer le desea feliz cumpleaños. Necesita atención por haber perdido un amor y la recibe de una mujer que sólo puede atenderse a sí misma, dedicada a los negocios turbios y nunca a las cosas del amor. El contrapunto a lo deseado aunque es lo que compensa la balanza. Otro policía, el 233, en el mismo escenario atiende a su pareja de la que está enamorado completamente. Ella le deja. Es azafata. Vuela, viaja. El hombre conoce a una muchacha que desea viajar y que él se enamore de ella. Otro contrapunto. La película se llena de ellos. Porque la vida para este director es eso. Lo bueno o lo malo. Lo claro o lo oscuro. Sí o no. Todos somos una de esas partes y un roce te convierte en lo contrario. Así de sencillo.
La película se llena de planos fragmentados cuando todo se precipita o se detiene en la poética de una lata de conservas, en su fecha de caducidad. Todo tiene una fecha de término. Y, por otra parte, el director inunda la película de planos similares entre ellos para que comprobemos que cambiando de personaje todo sigue igual. El mundo no cambia. El todo no puede modificarse. El vestuario se puede compartir, los escenarios se pueden compartir (otro de los personajes de Wong Kar Wai es Hong Kong, la ciudad misma), incluso las pelucas se pueden compartir para que la vida parezca otra cosa. Los personajes desfilan por la pantalla y si dejan de hacerlo todo puede continuar. Al fin y al cabo, todo buscan formar parte de un universo vivo y único.
La magia de esta película reside es eso, en construir un mundo sin fisuras; en reparar, de inmediato, las que aparecen. No hay posibles modificaciones estructurales. Lo que puede cambiar es el número de sumandos y su posición. Nada más.
Es verdad que los actores no parecen gran cosa (alguno peca de histrionismo buscando una expresión corporal que exige el director como base de la carga expresiva). Eso es verdad, pero en el conjunto no hacen desmejorar la propuesta del director. Esos mismos actores crecen de forma notable en las películas posteriores de Kar Wai. Esta vez todo se sostiene sobre la maravillosa poética que se maneja con precisión, que acerca la cultura oriental al occidente (desde Hong Kong, desde una ciudad plural, que permite un cine casi occidental sin dejar su esencia por el camino).
Memoria, amores perdidos o imposibles, incapacidad de avanzar en un tiempo opresivo, futuro, historias de amor verdadero, el fluir de la vida. Todo frente a todo. Cine y poética. Una maravilla. Y una música tan exquisitamente elegida que dan ganas de escucharla por siempre jamás.
inventodeldemonio.es/blog
lavidadelreves
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