He tenido la santa paciencia, casi diría el masoquismo, de verme los cinco soporíferos episodios de esta serie y, la verdad, pasados ya un par de días de tal hazaña, todavía no he conseguido entender qué puñetas era lo que Urbizu quería contarnos… Si es que quería contarnos algo.

El bandolerismo ha sido (y es todavía en bastantes partes del mundo) algo tan antiguo como la guerra y la prostitución, un síntoma de una sociedad desestructurada con tremendas diferencias de clase y de Estados más o menos fallidos. Estuvo presente en la Grecia clásica, en el Imperio Romano, en la Edad Media y Moderna y en la España del siglo XIX, en especial tras la Guerra de la Independencia cuando miles de combatientes no encontraron ni recompensa a su sacrificio ni acomodo alguno en la sociedad o en las fuerzas armadas de Fernando VII; de hecho, el “Rey Felón” llegó a disolver en 1823 el ejército constitucional para apoyarse en las fuerzas francesas de los “Cien mil Hijos de San Luis” y en los elementos más reaccionarios de la sociedad española de la época. En este contexto de desgobierno, conflictos sociales, desarraigo, pobreza y persecución política, el bandolerismo creció como la espuma en determinadas zonas del país y no sería más o menos controlado hasta la formación de la Guardia Civil en 1844.

Así que Urbizu tenía dónde elegir a la hora de retratar el fenómeno del bandolerismo español del XIX. Podría haberlo enmarcado en las consecuencias económicas, políticas y sociales de la guerra contra Napoleón, en los conflictos entre realistas y liberales en la década de 1820, en el contexto de la primera guerra carlista o en las andanzas de las últimas partidas de salteadores de caminos a mediados del XIX… Pero no, nos plantea su historia en 1807, cuando el fenómeno del bandolerismo no tenía la importancia que llegaría a tener tras 1814. Y encima lo hace con la historia de “La Llanera”, que carece del más mínimo interés, y de un par de bandidos con los que a lo que se ve compartió un tumultuoso pasado, pero apenas retrata nada de la sociedad de la época fuera de unos nobles malvados, unos pocos aldeanos mugrientos, un inglés que nadie sabe muy bien qué narices pinta en la historia y unos cuantos bandoleros que van y vienen en inacabables cabalgadas por tierras castellanas próximas a la frontera portuguesa (es lo que dan a entender), pero sin “distinguirse en su oficio” más allá de asaltar un par de diligencias y liquidar a unos cazarrecompensas en una venta.

En general, los actores solo cumplen. A la tal Bebe, una cantante conocidilla, la sobrepasa el papel y se presta a escenas ridículas, como la de la pelea a navaja final. El resto se limitan a poner cara de palo todo el rato y Pedro Casablanq luce ridículo con el pelucón que le han puesto encima.

En cuanto al nivel de la producción… Pues hay de todo: desde unas correctas fuerzas militares a unos bandoleros cuya estética, caballerías, armamento y atavío parecen más propias de 1840 que de 1807 (sólo hay que buscar ilustraciones contemporáneas y algo de documentación histórica para ver que el arma favorita del bandolero era –además de la navaja- el trabuco y no el sofisticado y caro fusil de chispa de infantería). En general, se nota mucho que Urbizu ha tratado de montar una suerte de “Western” de bandoleros españoles, pero no le ha quedado muy logrado.

Eso sí, la fotografía muy bonita.

Le recomiendo a Urbizu que cuando quiera volver a hacer una serie o película sobre los bandoleros y su circunstancia, que primero se vea entera la vieja y popular serie "Curro Jiménez".