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España España · malaga
Voto de alvaro:
5
Thriller. Drama París. 1885. Eugénie, una mujer joven y apasionada descubre que tiene el poder especial de oír a los muertos. Cuando su familia descubre su secreto, la llevan al hospital Pitié Salpétrière, una clínica neurológica dirigida por el famoso profesor y pionero de la neurología Dr. Charcot, en la que se internan mujeres diagnosticadas de histeria, locura, epilepsia y otras enfermedades mentales. Su destino se entrelaza con el de Geneviève, ... [+]
9 de abril de 2022
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Historia contada como libelo cinematográfico a mayor gloria del mensaje panfletario para lo que se desacreditan personajes y acontecimientos recurriendo a la distorsión burda y rehuyendo el rigor que requeriría un asunto tan sensible.

A partir de un planteamientos de tintes foucaultianos sobre el institucionalismo, el hospital de la Pieté-Salpêtrière es presentado como una cámara de los horrores agitada por un “maddoctor” superchero, exhibicionista y lascivo que tolera y auspicia toda clase de iniquidades, desde la connivencia con el maltrato disciplinario y el abuso sexual ejercido por el personal sanitario a la desconsideración más explotadora e indigna sobre una cohorte de inocentes enajenadas: el doctor Charcot.

Jean Martin Charcot fue un eminente neurólogo, pionero de esta disciplina y acreedor de la primera catedra de Neurología de la historia, fundó el primer laboratorio de patología que incorporaba métodos adelantados como la microscopia y la fotografía. Solo en este ámbito sus investigaciones abordan enfermedades neurológicas, como la esclerosis múltiple, la esclerosis lateral amiotrófica, la neuropatía motora y sensitiva hereditaria, la ataxia motora, la enfermedad de Parkinson, el síndrome de Gilles de la Tourette, la Enfermedad de Charcot-Marie Tooth, la epilepsia, la afasia y la agnosia visuales.

Este es el principal y extraordinario aporte del francés al mundo de la salud. Únicamente en una posterior y breve etapa se dedicó a la psiquiatría, periodo, sin embargo, más aireado quizá por el reclamo que supone la frugal visita de Freud al psiquiátrico parisino (y que sirvió al psicoanalista para reinterpretar el origen de la histeria) así como el desfile de personalidades como Daudet, Mirabeau, Huysmans, Zola, Maupassant, Sara Bernhardt o Jane Avril (esta última como paciente) quienes contaron su experiencia sorprendente o crítica con el lugar, del que desde luego no podemos ignorar su tétrica condición decimonónica de manicomio-reformatorio-prisión.
En cualquier caso, los síntomas histéricos cuestionados en el film son hoy recogidos en el DSM-V (Trastornos de conversión) como déficits neurológicos que se presentan de manera involuntaria que afectan a las funciones sensomotoras, aproximación bastante cercana a la que Charcot postuló.

Desde luego, no parece que la Salpêtrière fuese un remanso bucólico y probablemente Charcot no se cateterizara por la delicadeza. A propósito, una semblanza de su adustez puede verse en el más fidedigno film “Augustine” (2012). ¡Estamos en el siglo XIX”! No descontextualicemos, porque justamente eso es lo que practica la nueva pedagogía -ya instalada en el cine- que al interpretar con juicios del siglo XXI los hechos pretéritos no esconde ignorancia, que tan bien en algunos casos, sino la decisión de deconstruir para reinventar según interpretaciones interesadas y oportunistas. ¡Estamos en el siglo XIX! Recordemos que aún diez años después de los acontecimientos narrados en la película la gente huía despavorida cuando un tren aparecía en la pantalla en trávelin frontal.

El lastre de esta perspectiva se resiente en un guion atascado en la reiteración del mismo mensaje a base de momentos que buscan lo efectista pero a los que sin embargo les falta vitalidad. Y también credibilidad, si la ciencia ha sido una añagaza del patriarcado para la dominación ¿cómo entonces se ha producido el progreso científico del que además se ha beneficiado la mujer? ¿Por qué un desvarío irracional como el espiritismo es presentado como una virtud mientras que el fenómeno histérico es concebido como una patraña estigmatizadora en manos del poder masculino?

De acuerdo, el cine no tiene militancia, el militante es el que empuña la cámara, pero es bueno para los cinéfilos, incluidos los filmaffiniteros, que el cine fuera inventado por los Lumière, de haberlo hecho Mélanie Laurent seguramente hubiese terminado en la Salpêtrière.
Pasable.
alvaro
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