Carl Gustav Jung y sus teorías sobre la sincronicidad estarían encantados de conocer esta película. No son casualidades lo que ocurren en ella, ni es que el frente de guerra europeo mida sólo cien metros. Son casualidades rebosantes de sentido. Aquí cambiamos el escarabajo de oro de los experimentos de Jung por nada menos que un caballo. Por tanto, sólo desde esta óptica es posible no descojonarse cuando, en plena batalla, un chaval mira el retrato de su caballo perdido hace tiempo, pintado por un oficial fallecido.
Con, al menos, dos secuencias para la Historia del Cine, observo a muchos críticos que esgrimen peyorativamente, como si fuera el DEFECTO, adjetivos del campo semántico de "sentimental". No es casualidad: los mayores críticos de la teoría sincrónica, antes de que aparecieran la física cuántica o las ideas holísticas, eran hombres desencantados, (hombres que habían desprovisto de Alma al Mundo). ¿Qué hombre más desencantado que el hombre moderno? Ninguno. Y estos, de repente, se topan con War Horse. Pobrecitos. Es lógico que no les guste la película. Entendiendo esta idea, hay por ahí un crítico de Filmaffinity, (Sibila de Delfos), que da en el mismo clavo: si películas como esta se hubieran estrenado en otro momento, pongamos hace cuarenta años, habrían arrasado.
¿Decimos todo lo de antes pero sin tanta pedantería? Pues que la película es una preciosidad, con una primera hora de verdadera antología, (repito, una hora entera); con altibajos importantes después, con varios tours de force incluidos que no siempre llegan a buen puerto y, (de nuevo hay que decirlo), con un par de secuencias para la antología más exigente, para atesorar en esa memoria cinéfila que todos llevamos dentro. No es una grandísima película, pero no os la perdáis