El cine de Kubrick es tan hermoso que a veces es difícil no quedarse pegado a la pantalla aun después de finalizar los créditos. 'Eyes Wide Shut' transcurre increíblemente rápido bajo un clímax que hace olvidar el entorno para sumergir al espectador en un carrusel de todo tipo de sensaciones.

William (Tom Cruise) explora un mundo que de un día para otro ha amanecido caótico e inhumano. Viajará hasta el mismo infierno poniéndose en riesgo a sí mismo con el fin de conocer los secretos de su propio interior, los placeres ocultos y el deseo de otras mujeres representadas por la tentación, el sexo y la lujuria.

La elegante fiesta del principio es solo el símbolo aparente de decencia y bienestar que rodea a un importante doctor al que a todos respetan. Movido por una tentadora invitación, se dará cuenta de que las apariencias engañan y de que la gente no es como él creía, mensaje para el que las máscaras juegan con un magnífico doble sentido.

Todo está decorado con una impecable fotografía, notoria sobre todo en las escenas del Nueva York nocturno o en los rincones de las lujosas mansiones. Y qué decir de la música. Una vez más Kubrick logra hacer bailar el corazón del espectador, esta vez a ritmo de un vals que se amolda a cada situación y coincide hasta con los gestos, todo ello combinado con un inquietante y tenebroso piano.

‘Eyes Wide Shut’ es una película inteligente y poderosa. Es el capítulo de amor y belleza que le faltaba a este colosal director. Moriría poco después de terminar el montaje para irse al cielo de los grandes cineastas y reinarlo eternamente.