Los occidentales solemos ir a los restaurantes orientales con la ilusión de que nos sorprendan sus aromas, sus gustos, sus colores. Es cierto que en la mayoría de las ocasiones, efectivamente, nos sorprenden gratamente. Por eso, también, antes de ver una película coreana uno se relaja y se apresta a aprehender todo lo que la rodea. ¿Se imaginan la sorpresa del comensal al ver en la carta del restaurante oriental platos como la paella, el antipasto o el roastbeef?

Algo así le pasa a esta película. Renegando de su sabor propio, nos presenta un producto europeizado que no acaba de convencer a quien, como en mi caso, esperaba disfrutar de un cine distinto. Y este sentimiento te asalta negativamente desde el minuto cinco.

Pero la película tiene sus cositas buenas. El guión es divertido mientras lo es, y nos sitúa ante la infidelidad universal elevada al cubo: infiel el marido, infiel la esposa e infiel … hasta la abuela (de verdad). Sin embargo, a fogonazos, se intercalan situaciones enormemente dramáticas que nos hacen aspirar los aromas del buen cine oriental y nos enfrentan a una cultura diferente. Las interpretaciones también son destacables, especialmente la de la “abogada” Mun so-ri

Pero los buenos momentos son menos que los mediocres y la película queda lastrada. Yo la he visto con el interés de un entomólogo del cine oriental y no me arrepiento. Me aterra descubrir que la industria del cine oriental pudiera occidentalizarse. Mal asunto.

A la postre se que queda como una película pasable pero intrascendente.