Peter Jackson se atreve con lo que pocos se atreverían y rueda esta primera parte de la trilogía de Tolkien demostrando que es un magnífico artesano del cine. Ayudado por un elenco de actores más que competentente y carismático y unos geniales efectos especiales, crea una película de aventuras como las de antes y a la que no le falta de nada: amor, anhelos, un poco de humor, miedo, acción. Por si fuera poco, no pierde el ritmo su trama, ordenada con solvencia y coherencia y alternando los clásicos momentos de calma con los estallidos de acción frenética de la novela. Puede que cambie algunas cosas (no fue culpa de Jackson, sino de los como siempre incomprensivos y destructivos productores, al parecer) y que otras falten (Tom Bombadil, los túmulos... que por otra parte ya no caben en el metraje), pero salvando estos fallos no buscados por su director, la adaptación no deja de ser genial. Ni la mitad de todo el Hollywood de hoy lo habría hecho igual.