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Voto de Monchita:
8
13 de febrero de 2013
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando hace casi un lustro se presentaba en la cartelera española una película sobre dos hombres que iban a esconderse en Brujas, a la espera de órdenes de un superior mafiosín, ya podíamos prever el cariz que tomaría la carrera de Martin McDonagh. Con su última película ha vuelto a retomar el humor británico negrísimo y la violencia, al más puro estilo tarantiniano. Sí, porque aunque las comparaciones sean odiosas, esa introducción bestial, con los dos esbirros asesinados a bocajarro mientras hablaban de cosas triviales recuerda mucho a las conversaciones y a las gamberradas de Tarantino.
Por suerte, después de esa presentación, la película no se desinfla. Es un constante ir y venir de diálogos ingeniosos y de violencia gratuita, con puntos álgidos como la escena en que Rockwell plantea un posible final para un guión. Quizá todo resulte hiperbólico, como ya ocurría en “Escondidos en Brujas”, a menudo, incluso, los personajes están demasiado caricaturizados. El argumento gira en torno a un guionista sin ideas (Farrell) llamado Marty (curioso, podría ser el álter ego del director) y un actor en paro (Rockwell) que se gana la vida secuestrando perros junto a un viejo de pasado turbio (Walken). Rockwell, en su afán por ayudar a escribir a su amigo, le introduce en un mundo de perversión y psicopatías cuando secuestran al pequeño Shih Tzu de un mafioso local (Harrelson). Esa base de metacine le da a McDonagh la excusa perfecta para exagerar a sus personajes. Ya se sabe, a veces la realidad supera a la ficción.
Dentro de la propia trama, encontramos especies de micropelículas cada vez que hay una idea para uno de los siete psiscópatas, título, también, de la obra que escribe el personaje de Farrell dentro de la propia película. Todas ellas son sangrientas y brutales, especialmente la de Dean Stanton o la de Waits (atentos a los créditos del final).
En cuanto a los personajes, Farrell está correcto, muy en la línea de 'Escondidos en Brujas', sin tanto movimiento de cejas, pero igualmente divertido y riéndose de los tópicos irlandeses (hace de escritor irlandés borracho) aunque, a veces, sobreactuado. Rockwell, de nuevo, muestra su capacidad para encarnar a tipos raros, insanos, histéricos, ambiguos; y nos regala la mejor interpretación de la película.
'Siete psicópatas' constituye un ejercicio cinematográfico fresco y divertido, con violencia y delirios por doquier, sin más pretensiones que hacernos pasar un rato ameno, con carcajadas incluidas. Quizá sea un clásico de culto en el futuro. Su mejor baza, el guion plagado de chistes, sus personajes exagerados y un Sam Rockwell en estado de gracia.
Por suerte, después de esa presentación, la película no se desinfla. Es un constante ir y venir de diálogos ingeniosos y de violencia gratuita, con puntos álgidos como la escena en que Rockwell plantea un posible final para un guión. Quizá todo resulte hiperbólico, como ya ocurría en “Escondidos en Brujas”, a menudo, incluso, los personajes están demasiado caricaturizados. El argumento gira en torno a un guionista sin ideas (Farrell) llamado Marty (curioso, podría ser el álter ego del director) y un actor en paro (Rockwell) que se gana la vida secuestrando perros junto a un viejo de pasado turbio (Walken). Rockwell, en su afán por ayudar a escribir a su amigo, le introduce en un mundo de perversión y psicopatías cuando secuestran al pequeño Shih Tzu de un mafioso local (Harrelson). Esa base de metacine le da a McDonagh la excusa perfecta para exagerar a sus personajes. Ya se sabe, a veces la realidad supera a la ficción.
Dentro de la propia trama, encontramos especies de micropelículas cada vez que hay una idea para uno de los siete psiscópatas, título, también, de la obra que escribe el personaje de Farrell dentro de la propia película. Todas ellas son sangrientas y brutales, especialmente la de Dean Stanton o la de Waits (atentos a los créditos del final).
En cuanto a los personajes, Farrell está correcto, muy en la línea de 'Escondidos en Brujas', sin tanto movimiento de cejas, pero igualmente divertido y riéndose de los tópicos irlandeses (hace de escritor irlandés borracho) aunque, a veces, sobreactuado. Rockwell, de nuevo, muestra su capacidad para encarnar a tipos raros, insanos, histéricos, ambiguos; y nos regala la mejor interpretación de la película.
'Siete psicópatas' constituye un ejercicio cinematográfico fresco y divertido, con violencia y delirios por doquier, sin más pretensiones que hacernos pasar un rato ameno, con carcajadas incluidas. Quizá sea un clásico de culto en el futuro. Su mejor baza, el guion plagado de chistes, sus personajes exagerados y un Sam Rockwell en estado de gracia.