Nolan trata en su obra de que reflexionemos sobre el Origen de nuestras ideas, pensamientos y deseos y nos introduce someramente en el proceloso y laberintico mundo de los sueños. Nos pasamos tres años de nuestras vidas soñando y no conozco a nadie que no le guste dormir, y es porque la norepinefrina y la serotonina desaparecen, dos sustancias químicas relacionadas con la conciencia, el estado de ánimo y la memoria, por eso los sueños suelen ser incoherentes, perdemos el sentido de la identidad y nos desorientamos apareciendo elementos que no “deberían de estar” pero nos encanta deshibirnos aunque solo sea en sueños.

Teniendo en cuenta que la película trata de temas que me apasionan, el subconsciente y los sueños, suponía que la mezcla me iba a cautivar. Nada más lejos de la realidad, la película es una suerte de videojuego en la que vas pasando pantallas, aderezado con grandes dosis de efectos especiales del tipo matrix requetereoladed y con unos flashback que te vuelven absolutamente ebrio. Si hay que salvar algo, es la anticipación del director a lo que va a ser el futuro: tratar de cambiar la química cerebral que viene de serie en las personas, ya sea a través de drogas de diseño de venta en pubs no autorizados o bien la comercialización de fármacos que nos proporcionen dopamina, oxitócica, endorfinas y la maravillosa feromona androstadienona.

Nolan nos enseña que quien sea capaz de manejar nuestros sueños y nuestro subconsciente, es capaz de dominarnos, hasta el punto de que una idea, aunque sea falsa, es más poderosa que un coronavirus, pero al contar con un gran presupuesto, normalmente se cumple esa norma no escrita según la cual el talento del guion de una película, es inversamente proporcional al uso y abuso de sus efectos especiales.

Como siempre escribo, menos es más, y si hubiera contado con solo 6.000 euros para hacerla, como esa joya llamada Following, seguro que ahora estaría hablando de otra obra maestra como Memento o El Truco Final. Una lástima.