Creo que no revelo nada del contenido de la película si escribo que en una de las primeras escenas Javier Bardem tiene que hacer una analítica para comprobar su estado de salud y ante la incapacidad de la enfermera para encontrar la vena, el mismo se clava la jeringuilla en el brazo y se saca la sangre. Esta escena, bastante dura por cierto, anticipa y resume fielmente lo que es la película; una larga sucesión de calamidades, supuestamente conexas, en las que el protagonista es un tal Uxbal, aunque en algunos momentos llegué a bromear conmigo mismo mientras miraba la hora en el móvil si no estaba viendo a Precious, en versión delgada y masculina.

Una de mis frases favoritas es que cualquier situación mala es susceptible de empeorar y eso es precisamente lo que le pasa a todos y cada uno de los personajes, puesto que a medida que avanzan los eternos 140 minutos, sus vidas, que están sujetas con papel de fumar a un guión difuso y disperso, se van desmoronando lenta pero inexorablemente pues no hay alternativa a la ausencia de dinero y a la incapacidad de conseguirlo por medios “legales”. Los principales damnificados son dos niños condenados de por vida a cenar cereales gracias a sus progenitores, un padre metastásico, representante de inmigrantes y una madre masajista nocturna.

La película es sórdida, a ratos desagradable, con ambientes claustrofóbicos y muchas veces miserables. Bardem, ejerce de Bardem y está bastante bien como siempre, pero es que los dramas son su especialidad y tampoco le encuentro una actuación especialmente sobresaliente pues, por muy bueno que sea un actor, obviamente con su sola presencia no va a ser capaz de salvar una película que gira en círculos concéntricos directamente por el desagüe de los seres humanas más primarios a la alcantarilla del olvido.