Personalmente el lenguaje, entendido este en su gran término, que utiliza Isabel Coixet, no me acaba de llegar, no lo comparto ni me roza el sentimiento.

Aún así, encuentro la película muy sincera, sobretodo por las actuaciones de sus dos protagonistas. Especialmente Candela Peña, pienso que se entrega totalmente en su papel y nos deja imágenes visualmente preciosas, como cuando está tumbada encima de ese banco azul y le cae la melena sobre el banco, melena que no deja de tocarse en toda la película.

Los diálogos te pueden gustar o no, pero tienen algo de transgresor, de directos, de denuncia social pero, sobretodo, de hablar de los sentimientos de sus personajes. Es una película muy directa en ese sentido.

Se ha hablado mucho de la densidad emocional de la película. Es todo lo denso que puede ser que una ex-pareja que se reencuentra al cabo de cinco años, pasan unas horas juntos en una nave industrial, con muchas cosas por decirse. La opinión de la crítica especializada en torno a esta densidad sólo me demuestra que es una opinión escrita por un hombre, probablemente, con una educación emocional o un grado de profundidad en las emociones un tanto pobre.

Candela Peña refleja con absoluta crudeza a una madre incapaz y sin intenciones de avanzar tras la pérdida de un hijo.

Aunque el momento que la vi me gustó pero me dejó algo...confuso. Conforme iban pasando los días me ha dejado ecos y me han ido viniendo a la mente diálogos o escenas de la película.
Es una película que, si más no, considero que merece la pena ver y luego cada cual que elabore su propia opinión.