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Voto de Antonio Morales:
5
Drama. Comedia. Romance Antes de la I Guerra Mundial (1914-1918), Elena (Ingrid Bergman), una bella princesa polaca, se enamora en París de un político francés, miembro de un partido radical, y de un general. Al mismo tiempo, un oficial suspira también por el amor de la princesa. (FILMAFFINITY)
28 de enero de 2015
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según cuenta el mismo Renoir en la presentación del film (viene incluido en los extras del DVD), cuando se estrenó en la televisión gala allá por 1961, el cineasta aludía a su deseo de ver sonreír a la gran actriz sueca, y que tras desechar varias ideas para un guión (él mismo reconoce que todo fue improvisado), se decantó por éste cómico vodevil intrascendente, hecho a la medida y lucimiento de la diva sueca. Es de sobra conocida su crisis personal y profesional de aquella época, se había separado de Rossellini e intentaba volver a Hollywood y ser perdonada por la industria que la había repudiado por abandonar a su marido e hija para irse con el director italiano.

El film es de los más flojos del cineasta francés, quizás pretendía hacerle un favor como amigo, y he de reconocer que aunque la historia no me seduce para nada, aunque los títulos de crédito la presentan con la máscara de “Una fantasía musical”, el hecho es que Ingrid Bergman está bellísima y su sonrisa es esplendorosa, motivo sobrado para que los protagonistas caigan seducidos por sus encantos, destacable es la esplendida fotografía que podemos admirar gracias la versión remasteriza en DVD por el sello Versus.

El argumento del film no es más que una farsa política, una aburrida lección de manierismo presidida por la burla del arribismo político, por la idea del movimiento continuo, por el trabajo en la profundidad de campo, por la herencia de la pintura impresionista, por la estructura de la opereta y por la presencia del insoportable Mel Ferrer. Jean Marais convertido en un general supersticioso desbordado por los acontecimientos.

Aún y así, personalidad no se le puede negar al producto, por más rechazo que me inspire: reconozco la marca personal de Renoir en la reflexión práctica sobre el espectáculo, en el intento de fijar teatralmente los límites de la función y la abundancia de secuencias construidas alrededor de los movimientos de los actores, pero también reconozco su blandura. Empezando por la celebración del 14 de Julio, es tan empalagoso, tan insufrible y tan francés que uno llega a dudar de si está viendo una película de Renoir, el autor de “La regla del juego” o “Esta tierra es mía”, o de si, al contrario, se trata de un mal sueño, de una pesadilla que se hace interminable.
Antonio Morales
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