El periodo histórico de la conquista de América por los ejércitos españoles podía haber dado lugar a una fecunda vena creativa por la industria del cine español, y sin embargo, tan apetecible semillero de ideas apenas ha sido abordado por los cineastas patrios. Carlos Saura, desde la perspectiva de un cineasta español, con el poderoso aval del productor Andrés Vicente Gómez, se atrevió a dar una versión diferente de la excelente película de referencia, “Aguirre, la cólera de Dios” de Werner Herzog. Saura reconstruye la aventura, la odisea del Amazonas, la historia del hidalgo español Lope de Aguirre, que se denominaba a sí mismo “la cólera de Dios”, y que fue recogida por Gaspar de Carvajal, uno de los frailes que viajó al Perú con Pizarro.

Más interesado por la fidelidad de los hechos históricos que por su transposición imaginaria, a diferencia del tratamiento de Herzog que fue menos rigurosa aunque más fascinante, en mi opinión. El cineasta aragonés se ciñe a la cronología y a las circunstancias concretas de una expedición que con la finalidad de la conquista y exploración, partió desde Perú en Septiembre de 1560 al mando del gobernador Pedro de Ursúa (Lambert Wilson). A lo largo del caudaloso río, lleno de recovecos y poblado por una espesa jungla, donde acechan toda clase de peligros, los acontecimientos que van sucediendo articulan las relaciones entre los personajes y de su propia configuración psicológica. La película transmite un poder de seducción, una atmósfera que sumerge al espectador en la aventura descrita. Apasionante inmersión en un viaje hacia la utopía que se transforma, progresivamente en el análisis de un trayecto hacia la locura.

Estamos ante un reto muy diferente al de Herzog, donde unos personajes no eran más que actores de una representación alucinada en las antípodas de la epopeya heroica. En cambio, para Saura, aquella singular aventura suponía la oportunidad de acercarse a los entresijos de un periódico histórico escasamente conocido y sobre el que existen abundantes sombras. Una película de fuerte personalidad visual y dramática gracias una excelente fotografía luminosa de Teo Escamilla, que nos presenta a un iluminado Aguirre que se deshará de todos los obstáculos para ejercer su poder (un magistral Omero Antonuti, de una fisicidad sobrecogedora) liderando a un grupo de aventureros rebeldes, se lanzó en pos del legendario El Dorado sin conocer su ubicación y sin ni siquiera estar seguro de su existencia. Y cómo no, se suceden las traiciones y venganzas, las ambiciones desmedidas de la naturaleza humana, de cómo las ansias de unos conquistadores obsesionados por la riqueza se irán hundiendo en el lodo físico y moral de la desesperanza y el desencanto.

“El Dorado” es un gran espectáculo, una superproducción en todo regla que pretende armonizar la simplicidad narrativa y la reflexión intimista sobre las contradicciones de un personaje singular y fascinante. Aunque es un film de aventuras, cadencioso y épico, está cargado de certeras reflexiones sobre la tiranía, la conspiración, la violencia y la enajenación, pero sobre todo, interesado hasta el último instante por la peripecia de un grupo humano. Saura aprovechó la compleja figura de este guipuzcoano de Oñate, domador de potros y experto guerrero en tierras del nuevo mundo, “hijo de fieles vasallos en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud”, en sus propias palabras dirigidas al entonces rey de España, Felipe II, para desarrollar una de las aproximaciones más agudas y certeras sobre la degradación moral del ser humano.