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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Elisabeth (Liv Ullmann), una célebre actriz de teatro, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de "Electra". Después de ser sometida a una serie de pruebas, el diagnóstico es bueno. Sin embargo, como sigue sin hablar, debe permanecer en la clínica. Alma (Bibi Andersson), la enfermera encargada de cuidarla, intenta romper su mutismo hablándole sin parar. (FILMAFFINITY)
4 de diciembre de 2013
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta fascinante obra de Bergman, es una experiencia imaginativa, radicalmente moderna. Ya no es sólo esa capacidad del cine nutriéndose de sus entrañas, esa remisión a los procesos cinematográficos de simbolización, la demolición del efecto (o sensación) de realidad, la mostración de la tramoya del dispositivo ficcional, sino en particular ese pesimismo existencial enraizado en el desollado retrato de la humanidad, el forme rechazo de la retórica de los sentimientos, la extirpación del artificio en beneficio de la depuración de la imagen.

En mi opinión, esta es la película más arriesgada y personal del director sueco, que renuncia a cualquier servidumbre comercial, en contra de lo que había sido su actitud hasta este momento, con un guión forzosamente intimista, sin complejas localizaciones, ni un elevado número de actores. Un ejercicio audaz en el que todo el peso dramático está sustentado por dos actrices (dos actrices con mayúsculas), cuyas identidades van confundiéndose hasta que en un plano prodigioso Bergman llena la pantalla con las mitades de sus rostros fundidos. La enfermera recibe el encargo de cuidar de la actriz, y para ganarse su confianza le habla de su vida, de sus ilusiones y de sus fantasmas; pero con el tiempo, acabará convirtiéndose en la voz que le falta a su paciente: Yo me pregunto si se puede ser o no ser una persona, o si se pueden ser dos personas a la vez”.

Todo el proceso de simbiosis, aparentemente sencillo, está resuelto con maestría; Bergman se mueve con soltura en el terreno incierto que separa el sueño de la vigilia, y consigue integrar las imágenes oníricas de manera que nunca parezcan ficticias o caprichosas. Cuando un verdadero creador pone su arte al servicio de los sueños, como sucede en “Persona”, “Ocho y medio” de Fellini o “El espejo” de Tarkovky, el cine se transforma en una manifestación única y sublime, aunque terriblemente arriesgada: para muchos devotos del realismo, el mundo de los sueños es, además de incomprensible, estéril.

Persona es una película concisa, sutilmente agresiva, y también difícil. Muchos de sus planos no resultan comprensibles en un primer visionado, y aún después de verla una segunda vez, parte de lo que los teóricos llaman su “superestructura” permanece oculta. Bergman plantea una excusa argumental que le sirve no sólo para exorcizar sus demonios, sino para desarrollar todo un repertorio de principios estéticos, pues también es posible ver “Persona” como un interesante espectáculo visual. Personalmente considero no sólo discutible sino también innecesario para disfrutar el filme, psicoanalizar cada uno de los muchos símbolos que aparecen en la película; puede caerse además, por este inseguro camino, en apreciaciones tan ligeras como equivocadas. Bergman escribió un guión meticuloso, cercano a la perfección, llegando a rozar los secretos sin palabras que sólo el cine es capaz de sacar a la luz. Una osadía creativa y reivindicadora del papel subversivo del arte en explosiva pero armónica alianza.
Antonio Morales
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