La película fue considerada por la crítica italiana como una traición al espíritu del Neorrealismo. Roberto Rossellini, uno de los pioneros de aquel movimiento, ya había comenzado a introducir innovaciones éticas y estéticas en films anteriores dentro de su estilo. En “Te querré siempre”, todavía hay un rastro de Neorrealismo, pero mucho menos sustancial de lo que quisieron ver los más optimistas; no hay drama social, los actores son consumados profesionales, y el Nápoles del cineasta está retratado de una forma casi anecdótica. Resultaba evidente que Rossellini se alejaba progresivamente de las doctrinas marxistas con las que simpatizó en su juventud; Rossellini era un humanista católico de izquierdas, no un comunista militante, y por eso nunca llegó a tener el beneplácito de la crítica de su país, en aquel momento muy politizada. La película es el deslumbrante resultado de aquella mal llamada traición, y que únicamente era una evolución natural, consecuencia lógica de un proceso de agotamiento.

Este film innovador para su época, se podría interpretar como el preludio al cine de la incomunicación, cuyo máximo exponente fue Antonioni con su conocida trilogía (La aventura, La noche y El eclipse). En mi opinión, un tipo de cine que detesto por su vacuidad y su estilo pedante, además de ser infinitamente aburrido, que no es el caso de Rossellini, afortunadamente. “Te querré siempre” nos muestra a un matrimonio formado por dos excelentes actores, Ingrid Bergman (pareja del cineasta en ese tiempo) y George Sanders, que se enfrenta a la salida de la rutina y a la obligada convivencia por la liquidación de una herencia. Rossellini hace un discurso sereno y profundo sobre la pareja y sobre la influencia que ejerce en ellos el cambio de costumbres y de ambiente. George Sanders interpreta a un marido distante e indiferente al sufrimiento de su mujer, e Ingrid Bergman a una esposa agotada por la falta de amor que le demuestra éste.

Un aspecto realmente impresionante del film reside en la extraordinaria manera como el cineasta sabe expresar la incomodidad, y sobre todo, la extrañeza de dos extranjeros que recorren Italia por primera vez. Las primeras escenas del film, en las que Katherine y Alex viajan en coche camino de Nápoles, transmiten admirablemente esa sensación; la planificación corta, centrada en el diálogo de los personajes, tiene algo de claustrofóbico; sus comentarios de esos paisajes tan ajenos a los de su Inglaterra natal, y en particular esos planos desde su punto de vista subjetivo a través del parabrisas o las ventanillas, expresan perfectamente su soledad y aislamiento frente a un entorno que les es desconocido.

La incomunicación les ha llevado a una relación de apariencias en la que ya no hay lugar para las muestras de afecto. El cineasta despoja la historia de todos los elementos accesorios y la deja reducida a un mundo de sensaciones, a una abstracción. El cine se estaba haciendo moderno. A diferencia de los italianos que la rechazaron, la crítica francesa mostró un entusiasmo que no tenía precedente en ninguna otra obra de Rossellini, su influencia en la Nouvelle Vague fue capital, especialmente en Jean-Luc Godard. Yo creo que el arte de este cineasta humanista consiste en saber dar a los hechos una estructura más densa, y a la vez más elegante; no la más graciosa, sino la más aguda, la más directa, la más cortante. Su respeto por la realidad no significa acumular apariencias, consiste más bien en quitarle todo lo que no es esencial, en llegar al fondo a través de la simplicidad. La película atesora lo mejor del cine de su autor.