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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Una historia de esperanza y humanidad, de miseria y supervivencia, que explora las fuertes sensaciones emocionales y físicas de tres personajes: Paul (Sean Penn), Gato (Benicio Del Toro), y Cristina (Naomi Watts) unidos por un accidente inesperado que hace que sus vidas y destinos se crucen, en una historia que los lleva al amor y la venganza. 21 gramos hace referencia al peso que perdemos cuando morimos, el peso llevado por los que sobrevivan. (FILMAFFINITY) [+]
18 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí una buena muestra de cómo una historia que consiste, en una suma de microhistorias, puede variar de sentido e interés según cuál sea la estructura, el montaje y el lenguaje elegido para exponerla. En apariencia, lo que se narra en “21 gramos” no es nada singular, aunque es emocionalmente dura, muy dura y sin concesiones. La película traza las trayectorias convergentes de tres personajes: un ex convicto (Benicio Del Toro), convertido en un ferviente seguidor de una congregación religiosa; un profesor enfermo (Sean Penn), esperando un trasplante; y una mujer (Naomi Watts), que pierde a toda su familia en un accidente de tráfico, todos unidos por el hilo invisible de la casualidad, que el director Iñárritu y su guionista Arriaga se permiten desafiar. Tres historias unidas en una catárquica huida en común hacia ninguna parte. Y en esa relación radica el interés de un film que tiene la virtud de contar con tres actores en estado de gracia que hacen verosímil la historia.

Ausencia, culpa, expiación, dolor, vacío y redención, todo ello sobre una cuerda trenzada en la que también hallamos la enfermedad, las drogas y la violencia. Iñárritu ha construido su segundo film, que fue también su primer film estadounidense sobre una digresión narrativa que demuestra no estar interesado lo más mínimo por el relato lineal, en la progresión dramática y cronológica de los acontecimientos narrados. Su estilo ya es una marca de fábrica que se basa en la diversificación del punto de vista, el “flash back”, la repetición conceptual de la misma situación y las idas y venidas sobre unos idénticos acontecimientos, de modo que el director hace avanzar la acción y la interrumpe a conciencia en busca de un estado de suspensión narrativa que obliga al espectador a ir interpretando y ordenando las piezas del relato hasta su total construcción.

La película es como un puzle triste y desgarrador, casi ninguna secuencia resulta correlativa, no tienen continuidad entre ellas. De esta manera, cada secuencia es un bloque en sí mismo, cuyas piezas terminan encajando. El atractivo de esta propuesta de Iñárritu y Arriaga se encuentra pues en su estructura antes que en el interés de lo que en ella se cuenta, y el ejercicio más estimulante de todos los posibles a la hora de verla sería tal vez el de tratar de entender el porqué, yo me limito a aportar una posibilidad: con ese montaje el cineasta quizás pretende crear un hilo emocional antes que narrativo, e incluso, por qué no, reforzar el discurso de que en el caos social, político, estético y cultural en que estamos viviendo solamente hay espacio para la desdicha. La amargura, la decepción y la soledad son el continuo estado existencial de los personajes del film. No es un gran descubrimiento, pero no está mal que alguien lo recuerde de vez en cuando.
Antonio Morales
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