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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Nicholas, un joven artista parisino, viaja con su novia Marianne a un pequeño pueblo de provincias para visitar a Edouard Frenhofer, un famoso pintor que vive allí aislado del mundo. Nicholas intenta persuadirlo para que pinte su último gran cuadro: "La bella mentirosa", con su novia como modelo. (FILMAFFINITY)
1 de mayo de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jacques Rivette me ha sorprendido gratamente con esta película cuyo núcleo central aborda el trabajo de un pintor empeñado en capturar la verdad y la esencia profunda de sus respectivos modelos naturales. En ese combate contra la tiranía de las apariencias, el cineasta vuelca toda su pasión en el impulso como rigor y contención en las formas, convirtiendo las imágenes en un medio para explorar de manera reflexiva, la dimensión moral del lenguaje artístico. “La belle noiseuse” es una obra que propone y despliega formas de representación y estrategias narrativas entre el arte y el artista. Resulta curioso, que otro gran cineasta, Víctor Erice, realizara un año más tarde, “El sol del membrillo” que no deja de ser otra reflexión sobre el arte de pintar, aunque con una estrategia narrativa diferente.

Rivette juega con las formas expresivas y las convenciones de la pintura, como pretexto o coartada, una apoyatura para su constante y casi obsesiva indagación en busca del secreto de sus personajes. Esa búsqueda de lo desconocido se expresa, casi siempre, a través del juego como instrumento para penetrar en el otro lado del espejo; allí donde las apariencias se invierten y queda al descubierto una dimensión mucho más inquietante y compleja. El juego es un aliado imprescindible en este inteligente y lúdico tablero de ajedrez donde el cineasta ha situado a sus figuras. Utilizando la pintura como metáfora de la puesta en escena cinematográfica y convencido, con el mismo Balzac que escribía “La obra maestra desconocida” (novela cuya libre adaptación está en el origen del film), de que “la misión del arte no es copiar la naturaleza sino expresarla”, se dispone a filmar la pintura de un cuadro y, simultáneamente, los efectos casi devastadores que dicha tela provoca en todos aquellos a quienes conciernen su gestación y resultado final.

La pintura como instrumento de conocimiento, como medio de acceder a una (hipotética) verdad absoluta que puede llegar a convulsionar y vampirizar al sujeto de la misma. Rivette filma una ceremonia tan ligera y evanescente como aguda y penetrante en su capacidad para vencer la resistencia de las apariencias. El “McGuffin” de este juego es el cuadro que da nombre al film. Un lienzo que Eduard Frienhofer, el pintor que interpreta Michel Piccolí, había abandonado diez años atrás, cuando la modelo era su propia esposa Liz (Jane Birkin) y renunció a terminarlo para preservar a ésta de una revelación, quizá aterradora, que habría surgido del lienzo. El citado cuadro vuelve a convertirse en una obsesión, cuando un joven amigo fotógrafo y admirador del pintor, le proporciona a su amante como modelo, la bellísima y voluptuosa Marianne (Emmanuelle Béart). Rodada bajo la luz del mediterráneo francés que tanto amaban los pintores impresionistas como Gaugin o Van Gogh, aunque nuestro pintor trabaja en estudio y su estilo se acerca al figurativo expresionista, cercano a Bacon.
Antonio Morales
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