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Voto de Antonio Morales:
7
Drama En 1412, nace en Domrémy (Francia) la Doncella de Orleáns. La guerra de los Cien Años contra Inglaterra dura ya casi un siglo y ha devastado Francia. Juana es una muchacha profundamente religiosa. Después de tener su primera visión, vuelve a su hogar y se encuentra con que los ingleses han matado a su familia. Algunos años después, completamente convencida de que Dios le ha encomendado la misión de expulsar a los ingleses de Francia, va ... [+]
26 de agosto de 2013
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juana de Arco y el cine han establecido curiosas alianzas. Un personaje que mezcla la santidad con el heroísmo, la guerra con la religión, debe dar frutos cinematográficos de lo más diverso. Desde mi personal “cruzada” comentando las diferentes versiones que han caído en mi reproductor DVD (esta es la cuarta versión que reviso), he visto a la doncella de Orleans desde el tono más ascético de C. Dreyer y O. Preminger hasta la superproducción de V. Fleming o esta que nos ocupa de Luc Besson. Y aún tengo pendiente la de R. Bresson (1962), la de Cecille. B. De Mille (1917), la de Jacques Rivette (1994) y la teatral de Rosselini (1953), aunque alguna está difícil encontrarla, espero verlas todas.

Fiel a su concepción del cine como espectáculo total, el cineasta francés Luc Besson ha convertido a Juana de Arco, intocable símbolo patriótico e icono religioso, en una desmelenada heroína de acción con rostro y cuerpo de top model. Una arriesgada pirueta que en su estreno escandalizó a los puristas, condenándola a la hoguera como a los herejes. En mi opinión, no es para rasgarse las vestiduras, pues la historia es una ciencia inexacta, relativa y mutante. Al menos cinematográficamente hablando. Besson, director y coguionista junto a Andrew Birkin, de esta Juana de Arco, dinamita desde dentro las bases mismas del género histórico hollywoodiense, es más, abre las puertas de par en par a futuros desmelenes revisionistas. Ya iba siendo hora. Por fin el espectáculo sin prejuicios prima sobre la rigidez académica.

¿Santa o loca? ¿Mensajera de Dios o histérica manipuladora de masas? ¿Espectáculo megalómano o drama intimista? Sobre este resbaladizo juego de dicotomías, de extremos que se atraen y repelen al mismo tiempo, bascula esta nueva Juana de Arco. Es más, la película de Besson halla su esencia en la constante fluctuación entre las diversas posibilidades narrativas y visuales, humanas y éticas, a las que se presta cualquier aproximación fílmica a tan controvertida figura histórica. La vida y los hechos de Santa Juana (1412-1431), también conocida por la doncella de Orléans, se hallan salpicados de ambigüedades, de enigmas, de contradicciones. Y eso vuelve complejo al personaje, lo carga de sentido y permite que entre los espectadores surjan dudas. La turbulenta mezcla de política (estupendo papel de John Malkovich, como Delfin de Francia) y religión, de violencia y piedad, de crueldad y ternura, tensan nuestra capacidad de reflexionar, de emocionarnos. Cuando se espera una oda épica, no exenta de un cierto lirismo, sobre su fe, alrededor de su espíritu intrépido, irrumpen los tenebrosos vahos de la locura y la amoralidad, de la sed de sangre y el fanatismo.

La película se divide en tres partes. La primera está marcada por la luz, la pureza y el anhelo de superación de la protagonista, su mirada inocente contiene ya el germen de la rebeldía. La segunda provoca el aumento de adrenalina con sus espectaculares escenas de acción. Carne y metal se funden en una coreografía salvaje y sangrienta. La tercera parte que describe con meticuloso mimo el juicio y la condena, cuenta con la presencia casi metafísica de un excepcional Dustin Hoffman en un papel extraño y misterioso, a medio camino entre Dios y el ángel de la guarda.
Antonio Morales
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