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Voto de Antonio Morales:
8
Comedia Una pareja de bailarines que habían saltado a la fama gracias a su perfecta imitación de Ginger Rogers y Fred Astaire se reúnen años después en Roma para aparecer en un programa de televisión. El regreso de la pareja resultará bastante traumático para los dos. (FILMAFFINITY)
22 de mayo de 2015
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante la década de los ochenta, el mundo de la televisión sufrió una nefasta mutación con la llegada de las cadenas privadas de televisión en Italia, poco después ocurriría en España. Hasta entonces la única televisión era la estatal, como en España, pero las cadenas estatales que monopolizaban la “caja tonta” tenían una programación cultural aceptable. Con la llegada de las privadas, básicamente con la irrupción de Berlusconi, en lugar de disfrutar de una variedad cultural competitiva y apetecible, la televisión se fue denigrando paulatinamente, en su afán de ganar audiencia y generar publicidad a cualquier precio, con programas estúpidos, groseros (las mama chichos) y execrables, concursos absurdos e idiotas para “marujas” y degustadores de programas de cotilleos indecentes que menosprecian la inteligencia del espectador.

El cineasta de Rimimi lanzó una rotunda campaña contra las interrupciones publicitarias en la emisión de sus filmes, denunciando la manipulación de sus obras por intereses bastardos, convirtiendo al espectador en un idiota incapaz de concentrarse y reflexionar, así como de seguir el ritmo narrativo. Fellini se había apercibido de la tele dependencia, seducidos por la televisión basura, anticipándose en cierto modo en la que ha degenerado tal situación ahora (Sálvame, Gran Hermano, Supervivientes). “Ginger y Fred” no rechaza el medio televisivo, lo que critica es el uso abusivo que se hace de él. Todo lo que provoca asombro, lo que provoca ruido, todo lo más disparatado es “primicia” como se dice en la jerga. Todo debe ser dado al público como pasto.

Asistimos a los preparativos, la grabación y la posterior despedida de los protagonistas de un especial televisivo navideño, por el que desfilan una serie de personajes caricaturescos, un bestiario de fenómenos humanos llamados a testimoniar la vulgaridad más grotesca: desde la delegación folclórica que lleva al “fenómeno local”, una monstruosa vaca con innumerables mamas, hasta un ex sacerdote contestatario con su enamorada, desde una mujer que ha abandonado a su marido e hijos porque se ha enamorado de un extraterrestre, hasta un inventor de lencería comestible, también hallamos a un sacerdote que obra milagros y un almirante que hace un siglo efectuó no se sabe bien qué proeza. Músicos enanos, travestis ninfómanas, dobles de famosos y “frikis” de todo pelaje. Por fortuna, Pippo y Amelia son los únicos personajes dignos que recrean los números musicales de la famosa pareja americana Ginger y Fred con los que habían triunfado antiguamente en espectáculos de tercera fila.

Si Fellini nunca dejó de tratar a sus personajes con ternura, la televisión por el contrario, sólo busca mediocridad y carnaza, les destruye a cambio de un minuto de gloria catódica. Más allá del lamentable y bochornoso show, “Ginger y Fred” es la historia de un breve encuentro sin futuro de dos viejos bailarines de “tip-tap”, Pippo (un genial, Marcello Mastroianni), un tanto calavera que lleva una vida anárquica y flirtea con el coñac; Amelia (Giulietta Masina), es una pequeño burguesa algo ingenua dispuesta a bailar para agradar a sus nietos. Un reencuentro de unas horas que a Fellini le sirve para plasmar una amarga reflexión sobre el tiempo que huye irremediablemente. Un conmovedor y lírico film nacido bajo el signo del sarcasmo. “Ginger y Fred” no es perfecta, en mi opinión, hay excesivo trazo grueso, pero cuando el domador Fellini empuña la fusta y desciende a la pista, el film despega volando muy alto.
Antonio Morales
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