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Voto de Antonio Morales:
8
Cine negro. Drama Nueva York, año 1934. Christopher Cross es un simple cajero, infelizmente casado, cuya única pasión es la pintura. Una noche conoce a Kitty March, una atractiva buscavidas de la que se enamora y le hace creer que es un pintor de éxito. La chica y su novio Johnny, un tipo sin escrúpulos, aprovechan la ocasión para intentar explotar al pobre hombre, pues creen que sus cuadros valen mucho dinero.
(FILMAFFINITY)
11 de febrero de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el éxito obtenido por Fritz Lang con “La mujer del cuadro”, el cineasta había quedado tan satisfecho que repitió el mismo trío protagonista para esta producción de Walter Wanger, no olvidemos que Joan Bennett era la esposa del productor. En esta película, igual que sucede en “La mujer del cuadro”, el retrato de una mujer fatal, encarnada por la misma Joan Bennett, y la figura de un delincuente interpretado por Dan Duryea, poseen gran importancia. Sin embargo a pesar de las similitudes que hay entre ambos films de Lang, entre ellas el fatalismo, y la presencia de un hombre dominado y humillado por una mujer, todavía son más llamativas sus diferencias, las cuales confieren a cada obra una personalidad diferente. “Perversidad” es más sombría, amarga y desesperada que “La mujer del cuadro”, en buena parte por el carácter de su personaje principal, el cajero Christopher Cross (Edward G. Robinson), pero también por el tratamiento que Lang dio al relato, crónica negra de unas relaciones de dominio.

“Perversidad” es un prodigio de narración en la obra de Lang que de manera inteligente nos muestra sus personajes. Cross está descrito como un pobre hombre gris y frustrado: ha contraído matrimonio para ahogar su soledad con una viuda ácida y dominante que no lo ama, renunció a su pasión que era la pintura, por una vida anodina pero segura que es la de cajero. El azar le va a precipitar a los brazos de una de esas hermosas mujeres con las que sueña y que, a la vez, la situación pondrá sus cuadros en el punto de interés de las galerías de pintura, de los marchantes y compradores, sin que nada de todo ello suponga otra cosa para él que la reafirmación de su condición de hombre frustrado, de víctima. La sordidez se va acumulando en la película con la naturalidad que lo hace la lluvia: es el retrato de un perdedor nato, al que Lang, con la excelente ayuda del operador Milton Krasner, sigue en su cadena de desilusiones hasta llegar a la humillación moral más aberrante, a través de sombríos paisajes urbanos o interiores cargados de tensión.

Este “film noir” de corte psicológico y áspero, que alumbra una sensación de pesadilla constante, es un remake de un largometraje de Jean Renoir en 1931 titulado “La golfa”. El tratamiento que Fritz Lang hace de sus personajes es implacable, ni siquiera su maltrecha víctima, tiene redención alguna, ya que aparece como un hombre patético, capaz de delinquir y mentir compulsivamente para no perder a la mujer que desea. Todos los personajes sueñan, todos ambicionan, todos son farsantes y arribistas, el cineasta abandona la perspectiva social anterior para bucear en el interior del ser humano e intentar descubrir las causas que conducen a su degradación moral.
Antonio Morales
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