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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Después de una cena en la mansión de los Nóbile, los invitados descubren que, por razones inexplicables, no pueden salir del lugar. Al prolongarse la situación durante varios días, la cortesía en el trato deja paso al más primitivo y brutal instinto de supervivencia. Una parábola sobre la descomposición de una clase social encerrada en sí misma. (FILMAFFINITY)
16 de septiembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una película sobre la degradación y podredumbre de una clase social, aunque el cineasta se negaba a reconocer simbolismos, no cabe duda que su cine está lleno de ellos y que conforman el denominador común de toda su obra: la burguesía, la religión, el sexo y toda esa gama de objetos fetichistas, son sus temas recurrentes en toda su filmografía. Comenzando por la calle de “La Providencia” – su concepción dramática se desarrolla por lo tanto, bajo parámetros netamente bíblicos –, donde está ubicada la mansión en la que se reúnen, ese grupo de burgueses, tras una representación teatral, para celebrar una cena. No hay Judas, pero sí rencillas y deudas pendientes debido a las relaciones adúlteras entre los asistentes. Así como los tres días y noches recluidos podrían ser los mismos días desde que Jesús murió y resucitó. Durante ese tiempo, reina el desorden, las máscaras caen y los convencionalismos sociales dejan paso a un comportamiento animal que tanto gustaba al cineasta. La sexualidad, el hambre, la sed, la suciedad y la violencia sustituyen la cortesía, la frivolidad o la hipocresía de esos seres ante la imposibilidad de abandonar la mansión.

A través de ellos, el cineasta realiza un retrato colectivo de la burguesía con todos sus “tics”, pequeñas pinceladas que configuran cada uno de los abundantes personajes. Es el orden de un universo blasfemo. Aparentemente se trata de una fábula a la que todos quieren buscar interpretaciones. El sabio anarquista, Luis Buñuel lo dejaba claro: “Yo le doy más bien una interpretación histórico-social”. La película comienza como una gran broma cínica con diálogos y situaciones anárquicamente divertidas, para más tarde pasar a un dramatismo que roza el terror y concluir en un epílogo con supuestas claves para la interpretación. Un film insólito de situaciones extrañas que sólo responden a lógica surrealista del sordo de Calanda, villa más conocida por sus excelentes melocotones.

A su pesar, Buñuel tuvo que rodar la película en Méjico cuando, cuando en realidad imaginaba la historia en París o Londres, dado que su intención era dar una versión en clave de surrealismo interno, de la sociedad capitalista y burguesa de los años sesenta. El cineasta pretendía, en mi opinión, ironizar y advertir sobre el borreguismo imperante que la sociedad de consumo y tecnócrata iba a agravar, puesto que su naturaleza era ancestral. Una sumisión a las normas establecidas que obnubila las mentes individuales y que facilita que el poder, que nunca duerme, cargue con sus armas contra esa masa uniforme. Buñuel, el más religioso de los ateos, hacía sonar las campanas anárquicamente avisando del peligro, campanas que junto a los pájaros asesinos de Hitchcock, el monolito de Kubrick y aquella estatua semienterrada en la playa del planeta de los simios, constituyen los iconos de referencia del cine de los años sesenta.
Antonio Morales
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