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Voto de Antonio Morales:
7
Comedia. Drama América, años 30. Emmet Ray es un genio del jazz, un guitarrista magistral que vive obsesionado por el legendario Django Reinhardt. Sin embargo, en cuanto baja del escenario, se convierte en un tipo arrogante, zafio, mujeriego y bebedor. En definitiva, aunque sabe que es un músico con talento, también sabe que su licenciosa vida, su tendencia a meterse en problemas y su incapacidad para comprometerse le impiden alcanzar la cima ... [+]
15 de mayo de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Variante, relativa, de uno de los mayores éxitos de Allen, “Zelig” (1983), por cuanto combina ficción retrospectiva y falso documental, en este caso a propósito de un imaginario guitarrista de jazz que sobrevivió, peor que mejor, rebotando de acá para allá en la peculiar Norteamérica de los convulsos años treinta. El propio Woody Allen, junto con intérpretes que personifican supuestos expertos en la materia, contribuye al espejismo mediante declaraciones eruditas que se intercalan a lo largo del metraje, partiendo de una estructura inteligente que establece un contrapunto entre la vulgaridad personal del protagonista (inculto, bebedor, machista, zafio, descerebrado) y su talento artístico, en magnífica metáfora del significado del título dentro del sector: “Sweet and Lowdown” es un juego de palabras usado en el jazz, que habla del contraste entre dulzura y rudeza a la hora de tocar un instrumento musical.

Hábilmente y sin disonancias, Allen combina características de “jazzmen” reales para modelar su imaginario guitarrista Emmet Ray (Sean Penn), obsesionado con el mítico Django Reinhardt. El cineasta se acoge a una suerte de terapia sentimental para proponer otro de sus experimentos, si no tan arriesgado como los de “Zelig”, “Sombras y niebla” y “Maridos y mujeres”, sí igual de válido. La película es una recreación de una época, un entramado de anécdotas, hechos, sugerencias, invenciones, amores, actuaciones y viajes en torno a un músico imaginario. Ante la manifiesta coralidad de muchas de sus películas, aquí perfila un personaje fuerte que llevará en solitario la manija del relato.

Su vida transcurre entre dos mujeres, Hattie (Samantha Morton), la chica muda y algo retrasada que llega a convivir con él, y Blanche (Uma Thurman), la escritora ávida de nuevas experiencias promíscuas. Los caracteres de ambas se proyectan sobre la figura de Ray, a veces indolente, otras pragmática, casi siempre indecisa y a ráfagas tiene una imprecisa ternura, algo que comunica muy bien Sean Penn. El film está lleno de momentos fantasiosos y evocadores, a veces tan irónicos como el propio sentido del relato, pero nunca falta ese humor típico del cineasta. No es preciso decir que, por supuesto, la banda sonora es magistral, llena de temas de esos tiempos.
Antonio Morales
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