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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Inglaterra, siglo XII. Drama histórico en el que se narran los enfrentamientos entre Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra, y Thomas Becket, que llegó a ser canciller y después arzobispo de Canterbury (desde 1162). Las desavenencias entre ambos comienzan cuando en 1164 (Constitución de Clarendon) el rey lleva a cabo una reforma del sistema judicial que reduce substancialmente las prerrogativas de la Iglesia.(FILMAFFINITY)
9 de junio de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La existencia de Thomas Becket en el siglo XII, amigo y canciller del rey Henry II, a quien éste designó más tarde arzobispo de Canterbury, le sirve al productor Hal Wallis (Casablanca, 1943; Valor de ley, 1969), interesado en la Historia británica, producir para la Paramount una obra grandiosa, de la mano de Peter Glenville, especialista en grandes montajes escénicos, a partir de una obra del francés Jean Anouilh. Inteligentes diálogos y una sobria puesta en escena presiden este mano a mano impresionante entre Richard Burton (Becket) y Peter O´Toole (quien casualmente volvería a hacer el mismo personaje, Henry II en “El león en invierno” de 1968). El drama histórico de Becket había sido representado con éxito anteriormente en Broadway, siendo Laurence Olivier (Becket) y Anthony Quinn (Henry II).

El film, con guión adaptado por Edward Anhalt (el único Oscar que tiene la película, de 12 nominaciones), plantea abiertamente una reflexión en torno a los límites del poder, la tentación absolutista y la necesidad de clarificación y de delimitación de los poderes eclesial y político. Sin preocuparse en demasía por ocultar su origen teatral, la cinta se inscribe de lleno en esa tradición británica del cine histórico que tantos títulos reseñables dará en los años siguientes (Un hombre para la eternidad, 1966; Cromwell, 1970), tradición caracterizada por ese respeto a la fuente escénica, por esos diálogos brillantes y rebosantes de ironía, con una perfecta dicción verbal (recomiendo VOSE), por una irreprochable profesionalidad y una realización pulcra, de una belleza formal, sobria y academicista.

Narrada en un extenso “flashback”, conoceremos la influencia de Becket, un leal y fiel sirviente sajón del rey Hery II de Inglaterra, amigos inseparables de correrías alcohólicas y mujeriegas, que provoca recelos en la nobleza dominante, los normandos y mantiene una larga disputa por un viejo conflicto entre la Iglesia y el Estado. Becket, inflexible seguidor de las directrices de Roma, es nombrado por el rey arzobispo de Canterbury, en un intento estratégico de alterar la situación. Pero el nuevo arzobispo que antes se sentía vacío ha encontrado en Dios, la luz interior y se seguirá oponiendo con todas sus fuerzas a los deseos del monarca de poner coto al incremento del poder papal en Inglaterra.

El film va adquiriendo progresivamente tintes sombríos que tienen su mejor y más intenso refuerzo en los severos decorados de palacios y lúgubres templos cuya atmósfera se intuye irrespirable. Glenville se toma su tiempo para contraponer el carácter de ambos personajes, sin descuidar por ello la importancia del fondo compuesto por los barones normandos, la familia real que el rey detesta y el clero. Becket, de origen sajón, es sutil, profundo, frío y reflexivo, mientras se cuestiona el sentido del honor, en tanto que Henry es impulsivo, iracundo y por tanto dado a la ofensa verbal. La atracción que el rey siente por Becket tiene un fondo homosexual nada oculto en la obra. Una película fascinante en cada visionado, CINE CON MAYÚSCULAS.
Antonio Morales
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