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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Después de la muerte de su marido, Bernarda somete a sus cinco hijas a una disciplina inquisitorial que equivale, en la práctica, a un enterramiento en vida. La aparición de un hombre, Pepe el Romano, que parece tener intención de casarse con Angustias, la hija mayor, desencadena una serie de acontecimientos que desembocan en un inesperado final. (FILMAFFINITY)
2 de septiembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No cabe duda que cuando el malogrado dramaturgo y poeta Federico Gª. Lorca escribió esta memorable obra teatral, conocía muy bien el tiempo y la sociedad que le tocó vivir, el papel tradicional y ancestral de la mujer en la idiosincrasia de la España negra, encorsetada en unas raíces atávicas y unos roles preconcebidos que la denigraban y la oprimían, sirviéndole de inspiración para su obra. Bernarda Alba es una de sus más fieles herederas y víctima a la vez, de esos postulados que los aplica con mano de hierro, de forma cruel y desalmada. Así gobierna su casa, que más bien parece una cárcel, ella ordena y decide, sus palabras son como sentencias, jamás se discuten, sólo se acatan. Con su mano – gran primer plano – en el bastón de mando, es la vigilante celosa de la honra y el decoro, valores fundamentales que emanan de una radical lectura religiosa que castra y reprime.

Está adaptada ejemplarmente para la pantalla por Mario Camus, bastante fiel al texto y sin faltar al espíritu del autor, presentando una atmósfera opresiva y agobiante. Las campanas tocan a funeral por la muerte de su esposo y tras la ceremonia religiosa, Bernarda (una sobrecogedora Irene Gutiérrez Caba) sentencia ante sus cinco hijas solteras, y en edad de merecer: “En ocho años que dure el luto, no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”, su mirada impasible produce escalofrío, toda una declaración de principios, si lo sumamos al lema que titula mi comentario. Todo ello adelanta la tragedia a la que vamos a asistir.

Una historia apoyada dramáticamente en el gran trabajo de las actrices femeninas, que recrean a mujeres angustiadas, torturadas por un sentimiento de culpa y condenadas a vivir encerradas y reprimidas como mujeres, bajo cuatro paredes donde sufren el aislamiento y el sacrificio de una causa inane y absurda. Camus adapta eficazmente, el lenguaje poético lorquiano a unas expresiones más naturales y menos literarias. Una historia sórdida, seca y desagradable al espectador habitual, un mundo cerrado de pasiones femeninas donde el hombre sólo aparece como espectro – nunca vemos el rostro de Pepe, el romano –, o ser maligno y corruptor de la virtud femenina. Importante mención merece el personaje de Poncia (Florinda Chico) que ejerce de contrapeso moral al despótico personaje central.

De la opresión que sufren las hijas, todas ellas padecen su personal calvario, destacando el papel de Adela, la más joven y rebelde (Ana Belén) para la que la urgencia del sexo es más perentoria que para sus hermanas, más acostumbradas a reprimirse. Una forma de entender la vida que prima las apariencias por encima de todo. La excelente dirección artística enfatiza con sus decorados, ese enclaustramiento, ese laberinto tenebroso donde las ventanas permanecen cerradas, la pugna entre la luz y la oscuridad, la esclavitud y la libertad, esa dicotomía entre el negro de los vestidos que invitan a la tristeza y el color blanco que describe la pureza. En definitiva, la recreación de una mentalidad hipócrita que pretende negar la realidad.
Antonio Morales
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