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Voto de Antonio Morales:
10
Comedia José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho ... [+]
6 de agosto de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No supone ninguna sorpresa que El verdugo, a pesar de tener 50 años, permanece entre las películas más admiradas y estudiadas del cine español. El creador de esta magistral obra, Luis García Berlanga, quiérase o no, reconózcase o no, es una referencia insoslayable en el cine hispano. Su maestría reside (escribo en presente, pues aunque falleció, su obra permanece viva) en su estilo peculiar de contar las cosas de forma sencilla y clara, pero con varias lecturas subterráneas, que solían eludir la terrible censura franquista que intentaba socavar la libertad creativa. Siempre apoyado en un soberbio guionista como Rafael Azcona. Su tono satírico y mordaz, nunca gustó al dictador que lo calificó tras esta película de ser un mal español. Presentada en el Festival de Venecia, dinamitó la política exterior de la buena imagen del régimen franquista.

El verdugo es, evidentemente, un alegato contra la pena de muerte (aspecto que no puede ni debe ser omitido), pero no es únicamente eso, para Berlanga, el hombre no es libre, como persona integrada en la sociedad; engranaje social que le atornilla hasta hacerle desistir de sus ambiciones y proyectos; es una aceptación indeseada que conduce a la frustración, junto a la violencia, no sólo interiorizada. Y nunca mejor dicho lo de atornillar su esperanza en el caso de José Luis, el verdugo… a la fuerza. Berlanga, cuya desconfianza hacia la sociedad es proverbial, que siempre se ocupa de personajes aquejados de soledad, de incomunicación, de insolidaridad activa, certifica que el sistema anula y aniquila al individuo.

El film también tiene una lograda yuxtaposición entre elementos cómicos y trágicos, entre los aspectos costumbristas y la dimensión existencial. La comicidad de El verdugo se cimenta tanto en la perfecta construcción de la mecánica interna del desarrollo argumental, capaz de explotar hasta el límite todas las sugerencias que personajes y peripecias llevan implícitas, como en la capacidad de extraer provecho del detalle más nimio, sea éste derivado de la situación, el diálogo, el gesto interpretativo o el decorado. Exacerbando los aspectos costumbristas, acumulando los elementos significativos de cada encuadre o plano, sabiendo pasar de la dimensión individual a la colectiva gracias a la eficacia de la puesta en escena.

El verdugo se alza como una de las cumbres de la comedia negra española. Su visión de la sociedad de la época es patética y desoladora. Su retrato de personajes es demoledor, su mirada es impía y amarga, ayudado por unos actores en estado de gracia que nos transmiten una tierna empatía por su humanidad: Amadeo (Pepe Isbert), José Luis (Nino Manfredi), Carmen (Emma Penella). Escenas memorables, como la del telegrama para ir a Mallorca, que interrumpe el acto amoroso del matrimonio con esta frase: “Ahora que somos tan felices, tienes que matar a alguien”. Y Amadeo remata: “Ahí no he <actuado> yo”. La escena de la boda barata y rápida, con los monaguillos retirando las flores y adornos de la boda de lujo anterior, es antológica, no ha mejores palabras para describir la situación esperpéntica que las imágenes.
Antonio Morales
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