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Voto de Antonio Morales:
8
Intriga. Drama Un inmigrante húngaro (Armin Mueller-Stahl), afincado en los Estados Unidos desde el final de la II Guerra Mundial, es acusado de ser un criminal de guerra nazi. Su hija Ann (Jessica Lange), una abogada de prestigio, convencida de su inocencia, decide ocuparse personalmente de su defensa. (FILMAFFINITY)
5 de marzo de 2014
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realizador griego nacionalizado francés Constantine Costa-Gavras disfruta de un merecido prestigio por haber dirigido algunas de las obras más emblemáticas del cine político en los años setenta del siglo pasado como: “Z”, sobre el golpe de los coroneles en Grecia; “La confesión”, basada en el testimonio de Arthur London, víctima de las purgas del comunismo checo; “Estado de sitio”, acerca de la acción de la CIA en América Latina; “Sección especial” sobre los colaboracionistas franceses con el nazismo y también la grandiosa “Missing”, sobre el golpe de Pinochet en Chile. Aquí trata del fascismo oculto y enmascarado en Estados Unidos, como había hecho en su anterior film “El sendero de la traición”, tratando el fascismo en el área rural con el Ku Klux Klan.

En esta ocasión es la desgarradora historia de Ann Talbot, una joven divorciada, abogada comprometida en la lucha por los derechos humanos en Estados Unidos. Hija de un inmigrante húngaro acusado por el departamento de justicia de haber cometido crímenes contra la humanidad en su país natal durante el nazismo, ella asumirá la defensa que la llevará a un dilema moral. En la caja de música el cineasta prescinde de todo artificio para plasmar en imágenes un guión brillante del afamado Joe Ezsterhas, hijo de emigrantes húngaros, dato importante a la hora de analizar el film y autor del guión de “Instinto básico” entre otros. En efecto, la historia avanza con una enorme coherencia, manteniéndonos atentos en todo momento a través de una intriga construida sin trucos efectistas, pues el punto de vista del espectador es el mismo que la protagonista.

Gavras prescinde del recurso fácil que sería la reconstrucción de los acontecimientos relatados por los testigos en varios “flash back”. Al cineasta le interesa más el juicio y se ciñe a los testigos con un cierto clasicismo, ganando en tensión y verosimilitud sin distraer al espectador. La cuestión central del relato es tan viejo como el lema pascaliano “El corazón tiene razones que la razón ignora: se sabe en mil cosas”. («Pensées», IV, 277). La grandeza de “La caja de música” está en hacer converger un asunto personal con uno profesional; en plantear el conflicto entre los sentimientos y las convicciones, entre la afectividad y la racionalidad democrática. Lejos de todo maniqueísmo el film muestra cómo en el ser humano coexisten la ternura y la barbarie, basando la intriga en gran parte en esa relación afectiva entre un padre y una hija que apenas lo conoce.

Por eso la mirada de Ann hacia el pasado de su progenitor ya no sólo responde a una necesidad de rescatar la memoria, de resucitar la verdad oculta del pretérito, sino también de salvaguardar el futuro: su propio hijo mantiene con el abuelo una estrecha relación y es éste, precisamente, el eje hacia el que se desplaza de manera progresiva, la atención y las preocupaciones de una excelente Jessica Lange que desarrolla con convicción un doloroso camino de consecuencias imprevisibles, un papel dramático que se encuentra en las antípodas del erotismo que le dio fama en “King Kong” (1976) y “El cartero siempre llama dos veces” (1981). “La caja de música”, en el fondo, reivindica la pervivencia del fascismo dentro de la sociedad americana que se disfraza de un anticomunismo y un patriotismo trasnochado que sirve de coartada moral para individuos de oscuro pasado.
Antonio Morales
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