La Monroe es un mito, y como tal, todo intento por destruirlo atenta en contra de la legión de admiradores, en su mayoría hombres, que tuvo y tiene aún. Fue un símbolo sexual y representó a la estrella de cine más apetecida y admirada por su extraordinario físico y sensualidad. Hurgar en torno a su vida privada junto a las carencias afectivas y miserias consiguientes es un ejercicio un tanto banal, y a la larga, ocioso. ¿Qué duda cabe acerca de que Marilyn Monroe fue una actriz mediocre llena de inseguridades y con apenas cultura? ¿Por qué el empeño residual por descalificarla ante una vida privada llena de desvaríos y caídas? Marilyn Monroe fue un monumento sexual como pocas veces se ha visto. Su fama tuvo una resonancia planetaria a través de la más grande red de propaganda nunca antes vista: la pantalla de cine. Su febril vida como actriz de comedias y musicales fue tan exitosa como fugaz. Incapaz de sobrellevar una vida privada estable, fue víctima de las furias que ella misma desató. Al igual que Elvis Presley, mordió el polvo en una especie de ritual suicida como escape de lo imposible. My Week with Marilyn se acerca a la gran estrella desde la compresión y el buen tacto, no intenta ni su apología ni su condena. Trata de reflejar su pasantía por el plató inglés en una especie de duelo actoral con el gran Sir Laurence Olivier, duelo éste de antemano perdido, pero que la engrandece como ser humano. Arista ésta que el director Simon Curtis ha decidido remarcar de una manera óptima y convincente. No está demás decir que la actuación de Michelle Williams es admirable.