Bienintencionado film que pudo ser y no fue una excelente y original comedia. Lo tenía todo para ser ese pequeño clásico que acaban echando siempre en Navidad u otras fechas señaladas que nunca te cansas de ver, como sucede con Willow, Gremlins, La princesa prometida, Goonies… Esas películas que tienen chispa, que cuentan historias entretenidas y sencillas que te acaban enganchando. Todos nosotros tenemos alguna en nuestro altar particular, aunque sepamos en nuestro fuero interno que no son grandes películas. Pero por alguna extraña razón, las amamos. Este film tenía un buen actor, Ben Stiller en el papel de protagonista soñador y algo pardillo. De acuerdo, no es un prodigio como actor cómico, pero los hay peores. Una original historia de partida: un museo que por la noche cobra vida. Los personajes del museo tenían todo un potencial de originalidad y diversión: Jerediah el vaquero, Octavio el Emperador, Teddy Roosvelt, los incas, el Faraón, los vigilantes jubilados… Pero todos ellos son mal aprovechados y se acaban convirtiendo en personajillos tontos metidos en situaciones aún más tontas. Y como muy bien decía Forrest Gump “Tonto es el que hace tonterías”. Y en esta película se hacen tonterías a porrillo.

Podrían haber construído una historia para reír y emocionarse. Pero la película se va diluyendo en la nada, promete mucho y al final no tienes nada. Es bienintencionada y se deja ver un sábado o un domingo de esos en que llueve, estás griposo y medio dormido en el sofá. Pero te quedas con la sensación de que es un producto desperdiciado.

Una lástima.