Hasta esta película, no creo recordar más guiones de películas sobre genios en los que el protagonista fuese fanfarrón, grosero, violento y por momentos despreciable. Siempre se asoció el cliché de genio a la timidez, la introversión, la modestia, etc. Lo mejor de la película, además de la propia historia, las interpretaciones de Matt Damon y de Robin Williams. Personajes tremendamente complejos, llenos de aristas y a priori difíciles de encajar en una misma escena. Como siempre, ese regusto amargo que dejan tantas buenas historias completa un final redondo para una película notable.