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España España · ORIHUELA
Voto de Javier:
9
Romance. Drama Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. Adaptación de la novela gráfica "Blue", de Julie Maroh. (FILMAFFINITY) [+]
27 de octubre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
De "La vida de Adèle" había leído bastante. Me alegraba de la rara unanimidad en las opiniones entusiastas. Pero corría el riesgo de enfrentarme a una película ya sabida, a unas buenas imágenes que rellenasen una idea escueta. Uno va a ver una película con la expectativa de, a pesar de lo sabido, sorprenderse; de que aquello que, durante unos minutos, va a llenar el panorama de su vida, brotará con fuerza, sorprendente, nacido de una mirada que se ha separado de la de todos para ver lo nuevo.
He de decir que esta película contiene una fuerza que supera cualquier acomodación del espectador. Sus imágenes irrumpen en la mirada. La cámara es intrusa hasta la obsesión, absorbente sin descanso. La vida emocional de Adèle es registrada en cada expresión física. A ello contribuye el uso apabullante de los primeros planos, hasta desdeñar el campo visual adyacente que, a veces, quisiéramos reclamar. Porque lo que importa es que no se nos escape cualquier modificación en el estado psicológico de la protagonista. A ello contribuye el excelente hacer de Adèle Exarchopoulos, que consigue aportar una gran variedad de rostros, una contundencia expresiva muy meritoria, que supera la carencia de madurez en unas facciones que gritan su juventud irrenunciable. Su sutileza expresiva nos habla de una vida indemne que queda expuesta a una serie de acontecimientos que la van a atropellar, hundiéndola en la perplejidad y el dolor, atenazándola en brutales desajustes.
Para Adèle, el mundo se ha convertido en un ejército de seres que la presionan, que esperan cosas concretas de ella y que le dan a cambio otras que apenas pueden saciar sus intrincados deseos. Los decisivos días de su adolescencia le descubren cosas de sí misma que devienen en involuntarias afrentas a concretos y diversos segmentos de una sociedad estúpidamente establecida. La incipiente homosexualidad choca contra unas amistades que se revelan condicionales. Sus padres, demasiado lejos de poder comprender cualquier ebullición en su vida, no podrían conocer realidades tan inconvenientes.
Por otro lado, su enamoramiento de Emma la conduce, sin quererlo, a otro mundo del que tampoco se siente partícipe. Adèle no puede seguir las consideraciones metafísicas de su amada. Ha de compartir veladas con sus amistades, igualmente poseídas por la ambición de una vida artística e intelectualmente sofisticada. Esa forma de vivir, a menudo ostentada por seres superficiales, de sensibilidades fingidas, choca con su pretensión de seguridad, que es para ellos un vergonzoso defecto. Adèle desea acercarse a lo real. Lejos de cualquier tentación de abstracción, se reafirma en su vocación de profesora de niños pequeños.
El periplo emocional de Adèle la conduce a la soledad. El amor, el deseo sexual incontenido, la atraen hacia ambientes y personas que no están en la órbita de aquello que la puede por fin liberar de una vida de continuas convulsiones.
Adèle vive en dos mundos a la vez: uno propio, seguro, aunque rutinario, que no le promueve deseos que la sacudan de su íntima indiferencia; y otro, en el que habitan sus pasiones más enajenantes y también la continua probabilidad de la soledad, de un gran dolor, al ser requerida como alguien que no es, que no podrá ser, si quiere dar feliz cumplimiento a sus anhelos.
Adèle vive desencajada en el mundo, en una continua fricción entre sus deseos y los de los demás, buscándose en zonas de sí misma que la condenan a duros desencuentros. La vida segura, decible, benefactora, no le basta. Se resiste a renunciar a su deseo, a una vida imaginada, abstraída de sus dolorosas adherencias.
"La vida de Adèle" es una película muy larga, en algún pequeño momento reiterativa, pero indudablemente necesaria. Es una excelente expresión de una vida en continua transformación, estructurándose, sometida a deseos emergentes, a contradicciones nuevas. Es una mirada intensa que no se despega de una adolescente que concentra toda la tempestuosa amplitud de la inmadurez.
Javier
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